domingo, 5 de junio de 2011

Cuento-Protesta ante la exclusión y culpabilización de los hombres en la lucha por la igualdad de sexos

LA VERDADERA HISTORIA DEL “PRÍNCIPE DE […]”
Por Israel Barranco Flores
El Príncipe de Cenicienta se crió en Palacio, siguiendo las Estrictas Normas de Palacio. Nunca le gustó montar a caballo, y sin embargo, aprendió a montar antes que a caminar, casi, porque se consideraba que era signo de virilidad.
Nunca le gustó el papel que se le dio en el cuento: aparecía sólo al final. Siempre le pareció injusto aparecer al final del cuento. Igual que el de Blancanieves: sólo aparece para darle el beso y llevársela al castillo. Por cierto, el de Blancanieves también se llamaba Príncipe. Al principio se confundían los dos cuando coincidían en una cacería, pero después empezaron a llamarlos “Príncipe de Cenicienta” y “Príncipe de Blancanieves” para diferenciarlos. Entonces se hartaron de ser “el Príncipe de…”, porque no eran objetos, ni caballos que pertenecieran a nadie. Siempre se sintieron infravalorados, porque sólo se los convocaba cuando tenían que salvar a alguna princesa, nunca por valor propio. Siempre eran ellas las que estaban en el punto de mira: en la boda, todos dijeron que la princesa estaba guapísima, o que “Cenicienta fue muy feliz y comió perdiz”. Pero ¿y ellos qué? Además, sus  cuentos siempre empezaban con “Érase una vez, en un país muy lejano…  –hasta ahí bien después venía eso de –Vivía una joven” ¡Siempre eran ellas las que empezaban la historia!

El caso es que el Príncipe de Cenicienta se crió tal como se esperaba de él. Aprendió a leer y escribir. Siempre le encantó cantar y tocar el piano. A cantar sí aprendió (aunque le hubiese gustado tener “solos” en las canciones de los cuentos, pero siempre tenía alguna segunda voz, ya que los “solos” los hacía todos Cenicienta). A tocar el piano no aprendió: sus padres, el Rey y la Reina, dijeron que era poco propio para su sexo y no se lo consintieron. En lugar de eso tuvo que aprender a pelear con espada y con los puños (y eso que él siempre fue pacifista), a montar a caballo y a escalar torres.

Cuando cumplió los dieciocho, sus padres y toda la corte de Palacio empezaron a presionarlo para que se buscara una buena novia. Como si él no pudiese ser Rey sin una Reina. Resignado, tuvo que organizar aquella estúpida fiesta en la que buscar pretendientas. Le parecía injusto: él podría enamorarse de una chica por su inteligencia, por cómo bailaba o cantaba, o por lo guapa que era. Sin embargo, estaba seguro al cien por cien de que todas las chicas que iban al baile querían casarse con él por su título de Príncipe. Se sentía utilizado y poco valorado. Así que tuvo que soportar durante horas los cumplidos falsos de las chicas, y bailar con todas ellas, hasta que llegó Cenicienta. Entonces, su vida cambió. No porque se enamorara, ni porque sintiera mariposas en el estómago, sino porque pasó de llamarse “Príncipe” a secas, a llamarse “Príncipe de Cenicienta”. Bailó con ella: era guapa y bailaba bien, pero… no pudo hablar con ella. Ni saber si sabía jugar al ajedrez, o si era divertida o simpática. Sólo se le permitió ver su belleza. Para ello lo habían educado, siguiendo las Estrictas Normas de Palacio.

Después ella se fue corriendo. El Príncipe resopló, enfadado. Le había costado la misma vida acercarse a ella en la fiesta e invitarla a bailar, porque era muy tímido. Y, según las Estrictas Normas de Palacio, los chicos eran siempre los que se acercaban a ligar con las chicas, y nunca al revés (igual que eran los que pagaban el cine o los paseos en carroza, y los que las ayudaban a subir y a bajar del trono, y los que las rescataban del peligro). Y entonces le tocó a él ir a buscarla (naturalmente). Tuvo que apañárselas con el zapato que a ella se le cayó para ir buscándola, probándolo en los pies de todas las jovencitas. Aquello fue lo peor del cuento. Algunas princesas vivían en torres altísimas de más de quinientos escalones, por lo que se cansó muchísimo. Otras tenían la cansina costumbre de cantar y bailar todo el tiempo, por lo que apenas se estaban quietas, y él tenía que ir correteando detrás de ellas, zapato en ristre, para cazar sus piececillos y probarles el zapatito. A otras les olían los pies, o tenían las uñas sucias (porque los “peditos de princesa”, seguían siendo pedos y olían mal, por muy “princesas” que fuesen).

Y al final la encontró. Le probó el zapato y se dio cuenta de que era ella. Él siempre había soñado que se daba cuenta de que alguna chica era su amor verdadero porque aprendían a reírse juntos y de las mismas cosas, porque podía hablar durante horas y no se aburrían, porque le gustaban las mismas cosas que a él, porque tenían perspectivas de futuro parecidas… No por un zapato. El pie de Cenicienta fue lo que le indicó que tenía que casarse con ella, porque así lo decían las Estrictas Normas de Palacio.

Por lo menos lo suyo fue fácil. En las Estrictas Normas de Palacio del Castillo del Príncipe de la Bella Durmiente ponía que el heredero debía luchar contra un dragón y atravesar un bosque de espinos. El pobre Príncipe llevaba toda la vida entrenándose para poder encontrar a su Princesa, cuando a él lo que le gustaba era cocinar y escribir tratados de astronomía por las noches. O el de Blancanieves, que era muy inseguro, y debía despertar a su Princesa del veneno de la manzana con un solo beso de amor verdadero. ¿Y si no daba el beso como se suponía que debía de darlo? ¿Y si no daba la talla?

En fin… así es la verdadera historia del Príncipe de Cenicienta. La historia de un joven, que ni siquiera tiene nombre propio, y al que sólo se le da un papel secundario en su propio cuento.

MORALEJA: Tanto los Príncipes como las Princesas son esclavos del sistema (o lo que es lo mismo, de las Estrictas Normas de Palacio). Es tremendamente injusto que se culpe a los Príncipes de las esclavitudes de las Princesas, porque ellos también son esclavos (de otra forma diferente). Porque la igualdad nunca se consigue aumentando la distancia entre ambas partes: así lo que se hace es aumentar la brecha.
Y al final, ninguno de los dos son felices, por muchas perdices que coman…

jueves, 2 de junio de 2011

Seminario 5

Con respecto a la charla de la profesional de “Anclaje”, quiero reflexionar sobre dos ideas:
La primera es la importancia de que la drogadicción se entienda como una enfermedad en la medida en que crea dependencia. Parece una verdad de Perogrullo, pero no debe serlo tanto ya que hasta la Ley 4/97 del 9 de Julio no se incorpora al listado de acciones de los Servicios Sociales. Este es un hecho, a mi parecer, bastante importante. Además, cuando se reconoce el alcohol y el tabaco como drogas, se avanza de forma significativa. El inconveniente que tiene este reconocimiento es que nos ha conducido a una obsesión por la droga que nos ha llevado a angustiarnos con todo: el café es una droga, los medicamentos son drogas, el chocolate es una droga (el comestible, digo), todos son drogas. Todo lo que afecta a nuestro sistema nervioso central pasa a ser una droga. Esto parece rozar lo absurdo, si es que no lo roza ya. Las fresas con nata son una droga también ¿no? Y el pollo a la pimienta que hace mi madre para cenar también. Es positivo preocuparse por la salud, pero es absurdo obsesionarse con ella (en realidad es absurdo obsesionarse con cualquier cosa).
La segunda idea sobre la que quiero reflexionar es sobre la fórmula de trabajo que se sigue en Anclaje. Me llamó mucho la atención la reacción que se produce en el cerebro de la persona durante el proceso de drogadicción – desintoxicación: Cuando comienza la drogadicción, el cerebro se habitúa a funcionar de una forma determinada. Con la deshabituación, se eliminan esos patrones de funcionamiento y se sustituyen por otros. Sin embargo, no caen en el olvido, ya que si se produjera la recaída, aparecerían de nuevo.
Sin embargo, no voy ahí, sino al método que la ponente señaló como el más eficaz de todos: los grupos de autoayuda. Es curioso, porque normalmente es el ambiente el que conduce al individuo al consumo. Y es irónico que sea el ambiente (otro distinto, claro), el que ayude al consumidor a abandonar la adicción.
Estamos empezando a darnos cuenta de la importancia de los grupos, de las relaciones con los demás, de la identidad colectiva. Vivimos tan acostumbrados a estar solos en medio de las grandes mareas de gentes que son las ciudades, que se nos olvidó lo valioso que es usar a los otros y dejarse usar por ellos. Creo que ésa es la clave de los grupos de autoayuda. Y no deja de sorprenderme.

miércoles, 1 de junio de 2011

El mercado es así: si ves una camiseta que te gusta, vas y la compras. Si esa camiseta gusta a mucha gente, se fabricarán más camisetas, para que la gente las compre. Cuanto más se venda esa camiseta, más unidades se fabricarán. Es la ley de la oferta y la demanda. Y lo mismo pasa con las casas, con los modelos de coches, con los viajes, con las piscinas o con los cojines de Ikea. Y lo mismo pasa con el tráfico humano.
La trata de personas no se daría si no hubiera personas que pagaran por ello. No sería el tercer negocio más productivo en el mundo (después de las drogas y las armas) si no se pagara por ello. Ahí es donde yo me planteo hasta qué punto está enferma la sociedad. ¿Hasta dónde hemos llegado? Y lo peor: ¿Hasta dónde seremos capaces de llegar?
Inhumano. Es la palabra que me vino a la cabeza cuando salí de la charla de Jill. No puedo explicarme cómo hay gente capaz de hacer esas cosas. Porque los traficantes tendrán madres, esposas, hermanas. Hijas. Tendrán hijas jóvenes, inocentes. Igual que sus víctimas.
Pienso que deberíamos plantear intervenciones con ellos. Igual que planteamos intervenciones con los maltratadores. Porque ninguna mente sana es capaz de idear algo así. Que se den actos dementes de este calibre es un síntoma más de lo enfermizo del capitalismo, de la globalización. Y es signo de que aún queda mucho trabajo por hacer. Muchos males que curar. Tal vez demasiados.



 Fragmento de "Inocentes", una miniserie que emitió Telecinco 
en la que tres adolescentes son raptadas con fines de 
explotación sexual.

Trastorno de Espectro Autista

Ser autista no es ninguna elección. No es “que el niño sea tímido”, ni que “no quiera relacionarse con los demás”. Tampoco creo que tengan otra forma de entender las relaciones, ni otra forma de entender el mundo.
Es que, cuando un niño es autista, carece de determinadas habilidades para la comunicación y para las relaciones con el mundo exterior. Ojo, porque si afirmamos que el autismo es una carencia educativa, la responsabilidad, la “culpa” de ello asumimos que la tienen los que han educado al niño, que normalmente son los padres. Y tampoco creo que esto sea así.
Las principales dificultades de las personas que sufren este trastorno las agruparía en dos grupos: los procesos de comunicación y la capacidad de percepción.
Con respecto a los procesos de comunicación, el lenguaje (base de la comunicación que usamos en nuestra sociedad) falla, en parte debido a dificultades que puede sufrir su capacidad de memoria. Además, las relaciones sociales se ven afectadas de pleno: si el lenguaje es lo que nos pone en contacto con los demás, y éste falla… Las relaciones se ven truncadas por la falta de conexión que existe entre el pensamiento o el sentimiento y la forma de expresar el mismo a través del lenguaje.
Por otro lado, la incapacidad de percepción o la forma en que ésta se produce, se traduce en déficits de atención.
No se encuentra explicación a lo que “falla” en las personas que sufren autismo porque tal vez no sea algo físico, ni algo observable en al cerebro ni en el cuerpo en general. Igual que no puede dictaminarse que el cerebro esté dañado en las personas que se intentan suicidar, ni en las personas que ejercen o reciben maltrato, ni en los trastornos de bipolaridad. El ser humano es más de lo que se ve, de lo que es medible. Tal vez esté llegando el momento de aceptarlo.

jueves, 19 de mayo de 2011

Adicción a las Nuevas Tecnologías. El Fenómeno BlackBerry

El mundo ha cambiado. Ha cambiado, y sigue haciéndolo. Y a pasos agigantados.
Recuerdo el primer móvil que apareció en mi casa: era un ladrillo con antena. Y hoy, “si no tienes un IPhone, pues no tienes un IPhone”. Móviles delgados como folios, sin teclas, que además son brújulas, GPS, cámaras de foto y de vídeo, grabadoras, reproductores de música, linternas, libros, videojuegos… La sociedad ha ido perfeccionando la construcción de aparatos digitales de todos los tipos, usos y colores. Y esto está empezando a ser un problema.
Creo que el cambio es bueno, y que la evolución es siempre evolución y nunca involución. Sin embargo, cuando una situación, o una estructura de funcionamiento social muta, da lugar a otra que trae consigo nuevas oportunidades y nuevas amenazas. Nuevas cosas positivas y nuevas cosas negativas.
Y esto es lo que está pasando con las Nuevas Tecnologías. Pongamos el ejemplo de lo que yo llamo “El fenómeno BlackBerry”. Últimamente entre los adolescentes se ha puesto de moda llevar colgando del cuello, cual collar estrafalario, una BlackBerry, en su funda de color chillón. Dicho móvil ofrece la aplicación del chat perenne, es decir, de estar constantemente conectado a un chat en el que se puede hablar con los amigos. Y es gratis (quiero decir, que entra en le tarifa de internet básica contratada).
¿Por qué la BlackBerry, y no un IPhone o cualquier otro modelo de teléfono que también tenga chat? Pues porque es barata (más que un IPhone), por lo que está al alcance de los adolescentes, sin sueldo propio. Porque tiene un teclado completo, lo que facilita la escritura rápida (los adolescentes ya tienen mecanizadas las teclas del ordenador debido al uso del MSN y del chat de Tuenti), y, simplemente, porque se ha puesto de moda. “Es guay tener una BlackBerry”.
Paralelamente, aparece el riesgo. Las oportunidades las descubren los adolescentes solitos. Los riesgos (un enganche al móvil tan grande que dificulta las relaciones cara a cara, y que entorpece el estudio del adolescente mezclando el tiempo de estudio con el tiempo de ocio de forma constante), deben verlos los adultos. Y los padres y madres de dichos adolescentes pertenecen al otro lado de la brecha digital: son inmigrantes digitales. Por ello, no tienen ni conocimiento, ni control, ni información (no todos, por supuesto), para captar esos riesgos y prevenirlos.
Y ahí está el problema. No en las Nuevas Tecnologías en sí mismas. Sino, como dije en clase, en que, igual que se da la charla de sexo, la charla de los estudios y la de los amigos a los hijos adolescentes, debe empezar a darse la de Internet y demás. Y quienes deben darlas, la mayoría de las veces, no tienen herramientas para hacerlo. Son usuarios de segunda clase, y sus hijos les dan tres mil vueltas en el uso de las mismas NT. Y así es complicado educar.

martes, 10 de mayo de 2011

Políticas e intransigencias.

Hoy hemos tenido una mesa redonda en Política Social, en la que se nos ha ofrecido la oportunidad de escuchar el discurso político de diferentes partidos: Partido Andalucista, Los Verdes, PP, PSOE, e Izquierda Unida: un poco de cada color.
Debo decir que no tenía mucha idea de qué tendencia era el PA, e iba dispuesto a averiguarlo con su pequeño mitin. Pero he aquí mi sorpresa cuando, por más que me esfuerzo, no veo tintes politizados en su discurso. Habla como un catedrático, de la incertidumbre y del futuro de los jóvenes. Después le va tocando el turno a los demás partidos. La de los Verdes, con un programa muy… verde. Utópico, dicen. Pero con más coherencia que muchos otros. Me gustó su sencillez y su forma de plantearse las ciudades.
Y llega el PP. Me sorprende. Nunca había escuchado un discurso más racional y coherente. Juan García Camacho, se llama. Resulta que este hombre es un activista por activa y por pasiva en una ONG que ayuda a personas discapacitadas. Lo dice alto, sin complejos, sentado en su silla de ruedas. Y su ONG ha trabajado de maravilla con el candidato que va a presentarse a las elecciones de Sevilla. Y en un momento dado, se le ofrece la posibilidad de militar en el partido y él acepta. “Con nosotros trabajaban muy bien. Creo que no hacían las cosas mal, y tienen propuestas interesantes”, afirma Juan García mientras se encoge de hombros y sonríe. Con valentía. Una persona que trabaja por un fin noble, y que encuentra un lugar en el que se siente acompañado en esa lucha. Nunca había visto una cara tan humana de un político.
Y ahora llega el turno de las preguntas. Una persona de la sala, mayor, entendido, se levanta y lanza dos preguntas de esas que dices “guantazos sin manos” al representante del PP. El hombre contesta. Se levanta otro. En este caso una alumna. Más preguntas rebuscadas, con mala idea. A todo esto, la representante de Izquierda Unida lo ataca. Al cuello. Me miro con mi compañero de asiento y nos reímos. Esto está empezando a parecerse a una reunión de Diputados, más que a un intercambio de ideas políticas sobre “Qué bienestar social queremos para Sevilla”.
Entonces, el momento cumbre. El representante del PP presenta un plan de organización del transporte en el centro de Sevilla (inaccesible para todos los que no caminen: nada de coches, nada de bicis hasta las 10.30…). Algo coherente, lógico.
Y una imbécil* de la fila de delante le suelta: “Pues vas en bici”. Olé. Una trabajadora social de narices. Juan García tartamudea, sorprendido, y responde con un tímido “Es que no puedo”. Y la imbécil se ríe con las amigas, con las que lleva rumiando toda la hora comentarios despectivos del PP.
(* Aclaro que utilizo el término imbécil en su sentido más completo: in-baculus, del latín, persona que necesita de un bastón para caminar, que acaba construyéndose como imbécil, persona que necesita un bastón mental para que su funcionamiento cerebral alcance el nivel mínimo).
Sentí vergüenza. Siempre me identifiqué más con la mentalidad de izquierda por eso de los valores sociales y demás. Sin embargo, ayer sentí vergüenza. Vergüenza porque los intransigentes, los que no respetaban nada que no fuera propio fueron los de izquierdas. Pidieron el voto para su partido, cuando el PP no lo hizo (el PSOE tampoco, hay que decirlo). Apenas dejaban hablar a Juan García, y las preguntas eran dardos envenenados. Vergonzoso y patético.
Sobre todo porque estoy cada vez más convencido de que en España tenemos un cacao de derechas disfrazadas de izquierdas que me asusta. En Andalucía votamos visceralmente a izquierdas sin pensar más allá, sin proponernos estudiar cada una de las candidaturas a ver cuál es la que hace la propuesta más conveniente o interesante. Nos encasillamos y cerramos. Apenas respetamos a los del PP, y los tachamos de intransigentes y conservadores… Sin que se nos mueva un pelo.
Porque, al fin y al cabo, los del PP son unos “fachas” que no tienen derecho a expresar su opinión… ¿no?
Pero eso ya es otro tema…

La educación para la muerte.

No nos enseñan a morir. No nos enseñan a despedirnos de los que se mueren. Siempre ha sido un tema tabú, una consecuencia inexorable de ese “carpe diem” vacío y sintético que se nos vende constantemente en esta sociedad capitalista en que vivimos.
La muerte es lo único que llevamos bajo el brazo cuando nacemos. Sabemos que tenemos fecha de caducidad, y sin embargo, nos empeñamos en cerrar los ojos con fuerza, y repetirnos a nosotros mismos que somos inmortales. Se lo decimos a nuestros padres, para que no se preocupen si enferman. Se lo decimos a nuestros hijos, para no tener que explicarles lo que significa “morir”.
Sin embargo, es la muerte lo que dota de sentido la existencia. La conciencia de muerte lleva inherente la conciencia de vida. En el momento en que se entiende la muerte como algo tangible, posible e inesperado, se llena de contenido la vida. Empezamos a preocuparnos por dónde gastamos nuestro tiempo, con quién lo hacemos y de qué forma. Empezamos a hacer las cosas que verdaderamente queremos hacer. Empezamos a tomar consciencia de quiénes somos y de quiénes queremos ser realmente.
La sociedad empuja con fuerza al consumismo voraz. Consumimos ropa, comida, artículos de belleza y cosas para el salón de casa. Compramos compulsivamente medicamentos, y llenamos el botiquín de Paracetamol y de Ibuprofeno, para cuando nos duela el cuerpo. Consumimos relaciones sexuales y relaciones afectivas. Consumimos viajes, sueños y puestos de trabajo. Y sin embargo… ¿Qué queda? Vacío. Todas esas cosas están dirigidas a producirnos placer inmediato, a mitigar un poco ese sentimiento que pellizca la boca del estómago y nos hace preguntarnos cosas. Y nos hace buscar respuestas.
Al negar la muerte, negamos una forma de vida. De vivir la vida llenándola de vida. Como se merece.
Y si nos mentimos y, sobre todo, si mentimos a nuestros hijos, les estamos robando el regalo que supone vivir una vida plena.

domingo, 8 de mayo de 2011

Diario de Grupo

11 de Abril
Nos hemos reunido para seguir avanzando en el trabajo. Nos está encantando la temática, pero la verdad que se nos ha hecho un poco pesada la reunión. Llevamos tantas tardes ya comiendo en el pasillo y haciendo trabajos hasta las tantas de la noche… Estamos deseando exponer ya.
La verdad que, personalmente, he llegado a un punto muerto. Solo se me ha ocurrido una idea para la exposición de grupo, y eso que le he dado mil vueltas. Normalmente se me ocurren muchas ideas, pero me está costando una barbaridad. Creo que estoy saturado.
Además, surgió la duda de que el suicidio nosotros hemos llegado a la conclusión de no considerarlo una enfermedad mental. Quiero decir, si hemos entendido el suicidio como una falta de recursos o una incapacidad de reacción del individuo ante una situación de crisis… Eso lo sitúa fuera del campo de las enfermedades mentales, ¿verdad? Entonces, ¿qué hacemos? Porque nuestro trabajo es de Salud Mental. En fin, hemos resuelto preguntarle a Jose en la tutoría del martes, a ver qué dice. Como tengamos que sacarlo del trabajo, me muero. En serio, no sé qué vamos a hacer.
12 de Abril
Nuestra segunda tutoría con Jose. Elvira no ha podido ir porque tenía un trabajo de otro grupo. La verdad que a ninguno nos ha sentado mal, lo entendemos perfectamente. Además, todos estamos trabajando perfectamente en el grupo, dando todo lo que podemos. Así que si alguno cojea en algún aspecto porque no pueda responder a algo, se le cubre sin problemas, porque tenemos la confianza de que si pasara con otro miembro del grupo se haría igual (de hecho ha sido así).
Jose nos ha dicho que está bien el trabajo. Íbamos un poco tensos, a ver qué decía de nuestro inmenso marco teórico, pero por lo visto le pareció bien. Nos ha dado un par de ayuditas para la exposición, que por cierto, es la próxima clase. Además, le hemos presentado la dinámica que tenemos pensada (¡UNA NADA MÁS!). Le ha parecido bien. Me ha hecho mucha gracia, porque le parecía bien todo. Y nosotros que pensábamos que nos iba a meter una caña de cuidado… En fin. Ahora a pensar en la exposición. La verdad que estamos, literalmente “cagados”. No porque no controlemos el tema, o porque nos ponga nerviosos hablar en público (que ya, a estas alturas, más bien nos da igual), sino porque las últimas exposiciones han estado a un nivel altísimo. Todos se las han trabajado mucho, y han sido un éxito. A ver qué hacemos ahora nosotros para que no sea un bodrio. Vamos, que me he tirado unas pocas de noches soñando que íbamos a la exposición y se nos había olvidado preparar la exposición, o hacer las diapositivas… Y eran dos horas nuestras allí hablando, en las que, además, nos quedábamos en blanco. Y es que lo queremos hacer tan bien que, a ver como lo hacemos… La verdad, un lío auténtico.
Además, Miguel y Rosana quieren meter dinámicas e historias, para que no sea un peñazo de exposición. Y Elvira y yo pensamos que el hecho de no hacer dinámicas no implica que la exposición sea aburrida. No sé, queremos centrarnos más en el debate y cosas así antes que en dinámicas de esas de “que salgan dos voluntarios”. Pero yo después me he puesto a pensar, y como no veo para nada la exposición por ninguna parte (hablándolo con Miguel, me decía que le pasaba lo mismo), pues no sé si es a lo mejor demasiado pretencioso llegar y soltar la parrafada, y esperar que al resto de la clase le guste la exposición y no se le haga pesada. Tampoco somos Hermosillas de la vida, que puedan ir y hablar sin aburrir durante dos horas. No es que se nos dé mal, pero tampoco somos expertos.
Que no hay por donde cogernos ahora mismo, vamos. Pánico me da.
25 de abril
Hoy ha sido nuestra última reunión antes de la exposición. Hemos dejado ya todo montado para el miércoles. Hemos decidido empezar con la dinámica de explicar la enfermedad mental desde una visión retrógrada y anticuada: como personas que tenían en cerebro dañado o algo así. Miguel al principio no estaba del todo de acuerdo, porque decía que no lo veía del todo. Sin embargo, hemos desarrollado la idea y al final le ha gustado.
Después hemos decidido hacer una exposición participativa, y explicar lo que más nos ha gustado de nuestro trabajo, tal como dijo Jose. Por eso nos hemos saltado a la torera la legislación, que es un rollo, para poder centrarnos más en otros aspectos interesantes.
Por último, hemos decidido dejar espacio para todos los debates que surjan. Intentaremos contestar todas las preguntas que nos hagan desde lo que nosotros conocemos de la temática (que es más que el resto, pero tampoco una barbaridad).
26 de abril
Hoy no nos hemos reunido. Sin embargo, he dedicado prácticamente toda la tarde para ensayar mi parte de la exposición. Me ha tocado el suicidio. A ver cómo lo hago, porque tengo un atolladero en la cabeza. Me he leído la parte del suicidio del trabajo como mil veces, y luego me he puesto a pasear por el piso como un loco, hablando en voz alta. Tengo mil esquemas, he subrayado tantas veces los apuntes que me he elaborado que creo que no me queda ninguna palabra por resaltar. Mi problema es que no quiero llegar y soltar el rollo así seguido, ni que se note que me lo he estudiado de memoria (porque tampoco es así), sino más bien llegar y hablar de lo que he aprendido. Pero con naturalidad. Pienso utilizar un lenguaje cotidiano, y actuar tal como soy. Hay gente que se transforma para exponer, y eso es antinatural y además distrae y resulta ligeramente ridículo. Así que pretendo no hacerlo, ser tal como soy, y hablar tal como hablo.
A ver si mañana sale todo bien.
            Por fin llegó el gran día: nuestra exposición. Las tardes de reuniones, las búsquedas desesperadas de información, las vueltas y más vueltas que le dimos a la puesta en práctica… Hoy todo ha llegado a su fin.
            Creo que la exposición salió bastante bien. Se nos echó el tiempo encima, la verdad. Habíamos calculado un tiempo para cada pregunta–debate, pero al final la gente participó tanto, y surgieron tantos debates no preparados que los números se nos descuadraron del todo. Para mí eso es buena señal, porque significa que el tema interesó.
            Creo que la dinámica del principio, de ir explicando los métodos del siglo pasado para tratar a los enfermos mentales como si fueran métodos individuales, surtió el efecto que esperamos. La gente se quedó pasmada, con unas caras tan desconcertadas que me costó la vida no reírme y echarlo todo a perder. Disfrutamos de lo lindo con esa dinámica.
            Por otro lado, cuando me tocó explicar mi parte, me veía agobiado por el tiempo, pero entusiasmado por el tema. Me había hecho un guión, para no irme por las ramas (cuando hablo me suele pasar). Me encantó explicar el suicidio, porque había leído un montón sobre ello, porque me había pasado horas ordenando la información, seleccionando a los autores que me parecían fiables y descartando las teorías que al grupo no nos convencían. Incluso llegamos a elaborar nuestra pequeña teoría acerca de la lucha interna de los suicidas, aplicada a la estructura de la personalidad de Freud. Puedo decir que manejaba el tema con seguridad, y eso creo que se notó: no me costó trabajo contestar las dudas (algo que me sorprendió).
            Me hubiera gustado disponer de más tiempo, porque quedaban muchas cosas interesantes por contar, y muchos debates en los que dejar más espacio para participar. Incluso tuve que modificar un poco la metodología de la exposición: no pude seguir la estructura de debate y explicación, porque no me daba tiempo.
            Por otro lado, el trabajo de mis compañeros me pareció magnífico. Fueron capaces de llevar a la clase la información que habíamos trabajado de forma muy amena. Me gustó la forma sencilla que tuvimos de exponer, dando cada uno nuestro propio punto de vista sobre asuntos que los cuatro conocíamos. Me sentí a gusto, la verdad.
            Por último la participación de la clase, como siempre, estupenda. Los compañeros se mostraron interesados, atentos y preguntones. Contaba con ello, pero aun así, estoy muy agradecido porque nos ayudaron a llevar los nervios (antes de clase), la exposición en sí (durante la clase, con sus preguntas y su interés) y la evaluación de la misma (con sus opiniones después de clase).
            Finalmente, me gustó que Jose participara. Es raro que hable en mitad de una exposición, y por eso me asombró que lo hiciera. En el momento pensé “Verás que nos va a decir que la estamos cagando”, pero después me di cuenta de que en realidad era que estaba interesado en el tema. Supongo que contamos con la ventaja de que el enfoque del suicidio y el TOC es novedoso, y que casi nadie conoce nada acerca de estos colectivos.
            Para despedirme, no quiero escribir ninguna teoría acerca de ninguno de los temas que vimos en la exposición: llevo escribiendo teorías sobre ellos desde que empezamos nuestro estudio. Solo recalcar que consideramos que tanto el TOC como el suicidio son respuestas negativas que se desencadenan en el individuo ante una situación de crisis aguda. Como educadores, nos corresponde educar a las personas en la búsqueda de respuestas alternativas que no pongan en peligro su integridad o su salud y la de quienes los rodean: ahí entra la labor de la Educación Social.

viernes, 29 de abril de 2011

Desarraigos.

Cuando acabé el instituto, y tuve que venir a estudiar a Sevilla, lo pasé francamente mal. Aún no lo sabía, pero sufrí desarraigo. Tuve que abandonar mi vida, mi familia, mis amigos y mi casa para ir a una ciudad desconocida, enorme, en la que apenas conocía a nadie. Tuve que apañármelas para aprender a utilizar el metro, para entender el funcionamiento de las líneas de autobús (en mi pueblo no hay autobuses). Tuve que aprender a manejarme dentro de la Universidad, que me parecía enormemente grande. Tuve que aprender a comer y cenar solo, sin mis hermanas, sin mis padres. Cómo poner una lavadora, cómo cocinar algo que no fuera pasta o salchichas, qué se usa para limpiar el baño y qué para limpiar el microondas… Perdí mis redes sociales, tuve que reeducarme en todo lo que suponía la vida cotidiana en un lugar nuevo, y carecía de gran parte de los elementos de apoyo de los que sí disponía en mi pueblo.
Los primeros meses suponen una odisea. Y me costó mucha fuerza de voluntad y mucho empeño no mandarlo todo a tomar viento y volver a mi vida de antes, en la que me encontraba tan a gusto.
Recuerdo esa situación, lo que sentía. Y si encima me quitara el piso en el que vivía de alquiler, la comida, el dinero y hasta el idioma en que hablan los sevillanos… Creo que me moriría. Y esto es lo que le pasa a gran parte de los inmigrantes. Sinceramente, creo que la gente no es consciente de lo que significa el desarraigo. La soledad, la tensión constante, tener que huir de la policía, el hambre pinchando el estómago a la vez que las ganas de volver. Porque no creo que a ninguno de los que vienen en estas condiciones les encante España, y no deseen volver a su hogar, con su gente.
Es terrible. Y ya si han venido en patera, o escondidos en un camión… La gente dice “en pateras” y sólo ve a los negros bajándose de una barcucha, nada más. Cuando tomas consciencia de lo que implica el viaje en patera… El sol picando durante todo el día en la nuca, deshidratando poco a poco el cuerpo, el espacio tan pequeño que apenas permite moverse. El pánico, si estalla una tormenta o hay oleaje, o de las patrullas marítimas de policía. Los mareos, la preocupación por los bebés. Los muertos, que se van quedando por el camino, y la incertidumbre de pensar si va a ser tú el próximo que muera.
Escucho a la gente hablar de inmigración y se me enciende el estómago. Que si podían trabajar en algo, en vez de vender pañuelos, que si es que no estaban preparados para ejercer sus profesiones en España, que si muy listos tampoco tienen que ser, que si van a lo fácil… ¿Fácil? Creo que la gente no piensa lo que dice, en serio. Creo que a más de uno le vendría bien un par de jornadas de vender cosas absurdas en los semáforos, o de pedir por las aceras. Pedir limosna es pisotear la dignidad de uno. Creo que cualquiera prefiere trabajar y ganar un sueldo medianamente digno que suplicar un par de monedas a personas que lo ignoran al pasar.
Fácil… Fácil debería ser. Deberíamos hacerlo fácil, como se lo hacemos a los alemanes y a los ingleses. Pero como dije una vez, la raza la marca el dinero. Y, desgraciadamente, muchos de los inmigrantes que vienen aquí no lo tienen. Y por eso no los tratamos como a los alemanes.

El cromosoma 21

                Cuando te pasas dos horas de tu vida fingiendo que tienes una discapacidad intelectual acabas, en cierto modo, creyéndotelo. Desde mi corta experiencia como border-line, me di cuenta de lo difícil que era que me tomaran en serio en la clase, o que dejaran de acariciarme. A ver, que tener una discapacidad no significa ser un perro al que le gusta que lo acaricien. De hecho, las personas que sufren esa discapacidad (odio esa palabra, pero es que no sé cómo referirme a ella de otra forma) rehúyen del contacto físico. Tienen muy poca tolerancia al estrés y se agobian continuamente. Por eso hacía como me que agobiaba (y me agobiaba en serio) cuando me tocaban tanto.
                El otro día, en pleno debate sobre el aborto, se decía que el aborto era una “solución” en situaciones especiales. Y siempre que sale este tema salen las situaciones de: violación, peligro para la madre y “que el bebé venga malito”. Ese “que el bebé venga malito” significa que tenga alguna discapacidad. Y la que primero se puede ver, por eso del cromosoma 21, es el Síndrome Down. Entonces es cuando yo digo: “Joder, estamos defendiendo lo mismo que defendían los nazis. Ellos metían a los Síndrome Down en cámaras de gas, nosotros los matamos cuando todavía no han nacido”. Estamos asumiendo que son inferiores por el simple hecho de esa mutación del cromosoma 21, y estamos asumiendo que tenemos el derecho (muy fuerte) de decidir si nacen o no nacen.
                Mientras existan lindezas de este estilo en nuestra sociedad de hipócritas, establecer medidas para integrarlos en el mercado laboral, o políticas educativas para integrarlos en la escuela, o lo que sea… es parchear. Porque partimos de una base podrida. Construir sobre ella es utilizar madera nueva para el tejado, mientras las paredes responden a una estructura vieja, desfasada y dañina.

domingo, 10 de abril de 2011

Cegueras y discapacidades

Dicen que ojos que no ven, corazón que no siente. Dudo que sea la verdad. La temática de la charla de hoy me ha impactado enormemente. Siempre he sabido que “discapacidad física” no siempre es igual a una silla de ruedas, sin embargo de forma inconsciente hacía esa conexión. Sabía que había personas ciegas en la sociedad, pero nunca me paré a tomar consciencia de lo que significa no ver. No ver el sol, ni distinguir el día de la noche, ni ver la cara de las personas con las que se habla. No ver el propio reflejo, ni poder saber de qué color del pantalón que se lleva puesto. No poder ver el arte, ni los paisajes, ni una película. Es muy duro.
Y sin embargo, no he visto personas dependientes en los vídeos, ni me he sentido dependiente ni incapaz en las dinámicas. Es algo que el grupo de exposición ha conseguido trasladarnos muy bien. Capacidad de superación. Creo que ya lo he dicho anteriormente, pero no creo en las discapacidades. No creo en ellas. Creo que existe un mundo, un mundo real al que todos debemos enfrentarnos. Y cada uno posee unas herramientas concretas para afrontar la realidad y superar el día a día. Lo normal (por mayoritario, no por otra cosa) es que todos tengamos dos ojos y dos piernas, pero hay gente que no las tiene. Lo normal es que todos sepamos hablar, pero hay gente que no. O que no conoce el idioma. Lo lógico es que todos sepamos amar, pero hay gente que no puede. O perdonar. Es así de simple. Cada uno parte de su propia línea de salida, con lo que lleva puesto. Y por el camino corre como puede: a veces solo, a veces acompañado, a veces con una pierna, a veces con los ojos cerrados. Nadie es menos que nadie por no tener algo que otros sí tienen. Si una persona tuviera alas y supiera volar también lo llamaríamos discapacitado, seguro. Funcionamos así, desgraciadamente. Descubrimos que la piel de las personas puede ser negra o amarilla, y los llamamos animales, porque no son como esperamos que sean. Descubrimos que una mujer es capaz de curar una enfermedad con hierbas y la llamamos bruja. Descubrimos que dos hombres pueden amarse y los llamamos enfermos o inadaptados. Y a lo largo de toda la Historia nos hemos encargado de ir eliminando aquello que representa una amenaza para nuestra concepción cuadriculada o pre-establecida de la realidad. A Gandhi, porque demostró lo poderosa que es la paz, a Luther King, por el peligro que representa luchar por los ideales en los que se cree, a Jesús de Nazaret, porque supuso una figura histórica de ruptura con los esquemas marcados… Y después empezamos a marginar a los que, por ser diferentes a la mayoría, tenían que apañárselas para adaptarse y sobrevivir a su manera. A los ciegos, los sin techo, los cojos, los mancos, los sordomudos, a los mudos y a los sordos… A todos.
Por eso no creo en las discapacidades. Porque nadie es completamente capaz de todo, ni completamente incapaz de nada. Cada uno puede hacer lo que puede hacer, y punto. Lo que pasa es que a nosotros nos chirría que los demás no hagan las cosas igual que nosotros. Y ahí es donde está la verdadera discapacidad.

Residencias

La realidad tiende a la dualidad. Con respecto al tema de mayores, se da de forma inexorable. La población está dividida entre los mayores que se quedan en casa, y los mayores que van a  residencias. Dentro de este segundo sector están los que van a las residencias privadas, frente a los que van a las residencias públicas. Dentro de cualquier residencia, al margen de su privacidad, se da una dualización entre los mayores dependientes y los no-dependientes. Y en este ámbito es muy curioso, pero no suele establecerse una diferenciación. Se juntan los dependientes con los no dependientes. A lo sumo se hace como en la residencia de asistidos de Montequinto, que se separan por plantas según el grado de dependencia, pero no mucho más. Y esa es una de las grandes pegas del sistema de residencias actual. Utilizamos la vejez como requisito y como “símbolo del colectivo”, cuando en realidad creo que la edad, igual que el sexo, es una variable. Así lo entiendo yo, al menos. Es una tontería crear residencias para “mayores”, cuando por el simple hecho de ser mayores, no se necesita una residencia. Es como crear residencias para rubios. Sin embargo, sí se necesitan residencias para personas dependientes, para personas que no quieren vivir solas, etc. Aunque como variable común se presente el hecho de que gran parte de ellas son de avanzada edad. Así, las residencias serían más efectivas si se organizaran, por ejemplo, en función del nivel de dependencia. O de la carencia de redes sociales.
Y por último, hablar de por qué las residencias se ven como algo terrible. Creo que las personas mayores ven como algo negativo el irse a una residencia por el familiarismo tan exacerbado que hemos vivido. Ahora, con la entrada en crisis de los modelos familiares tradicionales, las funciones de la familia se ven puestas en tela de juicio. Pero antes se tenía muy claro que la familia era quien cuidaba a los mayores (sobre todo aquí en Andalucía). Eso de que a los mayores los cuiden extraños se sale fuera de los patrones sociales de funcionamiento en los que han sido educados nuestros abuelos y abuelas. Por eso creo que es, simplemente cuestión de tiempo. A que se asienten los nuevos roles y competencias de las familias. Y entonces se empezará a considerar la opción “residencia” como una muy positiva y muy válida (aunque para ello también tendrá que evolucionar el funcionamiento y la organización de las residencias).

martes, 5 de abril de 2011

El co-pago de las narices.

Hoy he visto el documental “Sicko”, que trata sobre el sistema de salud americano. En él aparece una visión de las compañías de seguros americanas que las convierte prácticamente en mafias. Y lo tristes es que creo que la visión no se encuentra muy lejos de la realidad.
El hecho de que sólo aseguren a las personas que les parecen “saludables” me parece un error. De este modo transferimos el derecho a la salud (que debería ser subjetivo) a elementos internos de la persona sobre los que el sujeto no tiene control (demasiado gordo, demasiado delgado, con antecedentes tumorales…). Al margen de que, por supuesto, los que necesitan de un médico son los que tienen enfermedades, no los sanos ¿no? Mi sorpresa/indignación llegó a su punto culmen cuando me enteré de que se han dado casos de compañías de seguros médicas que pagan a los médicos para que NO traten a los pacientes. Ahí está. Mafias puras y duras, con soborno y todo.
A continuación, se compara con otros países en que existen modelos públicos de salud. Sin embargo, se da una visión un poco desfigurada de dichos modelos: se habla de tratamientos médicas “gratis”, cuando en realidad no son gratuitos, sino que se pagan a través de un sistema redistributivo de impuestos.
Ahora que está muy en boga eso del co-pago, algunas de las ideas que aparecen en el vídeo pueden hacernos reflexionar. Dicen que el co-pago reduce el número de gente que acude a consulta (y la gente que va sin motivo dejará de ir), además de generar una serie de ingresos que contribuirán a financiar el sistema sanitario. Francia, por ejemplo, aplica el sistema del co-pago, y posee uno de los gastos sanitarios más elevados del mundo, además de que los ingresos provenientes de esta medida no son de una importancia significativa para la promoción de este modelo de salud. Por lo tanto, la teoría se desmonta.
Y al margen de todo, me declaro en contra del co-pago. Como pagar, ya pagamos con nuestros impuestos ¿no? Que no es que nos regalen las consultas, sino que las pagamos. Y con las medicinas pasa igual: la receta médica que pasa la Seguridad Social descuenta un porcentaje del coste total del medicamento, pero el porcentaje restante lo paga el sujeto que debe tomar la medicina. ¿Y eso no es co-pago? Venga ya…

¿Ir o no ir? (a clase)

                De la exposición de hoy me quedo con una idea: el absentismo es un tipo de maltrato emocional.
            Creo que no hemos caído en la cuenta de las repercusiones que tiene “saltarse las clases”. Sí, la educación es un derecho y es deber de los padres y patatín patatán… Pero no. Si un menor es absentista, sufre maltrato. Se le cierran puertas. Se empieza a la pintar de oscuro el futuro. Adiós oportunidades, adiós futuro, adiós cambio. Porque normalmente los menores absentistas suelen pertenecer a núcleos familiares en los que los padres no le conceden importancia a la educación. Y, sin educación, ya sabemos dónde vamos.
            Y si el padre o la madre dejan de preocuparse por que el niño asista a clase, son unos maltratadores. Maltratan a su hijo en la medida en que le permitan cerrarse todas esas puertas (cosa que el niño hace inconscientemente), y renunciar a un futuro “normalizado”. Por eso creo que deberíamos de ser mucho más tajantes con el absentismo. No porque sea un problema, o que vaya en perjuicio del niño (que también). Sino porque es una forma de maltrato contra su persona.

Seminario 4

En esta ocasión la charla-seminario trató sobre la acción que realiza una educadora social en un ETF de Polígono Sur. Debo decir que me encantó. Aunque había oído hablar sobre los Equipos de Tratamiento Familiar en ocasiones anteriores, nunca había sido consciente del trabajo que realizaban en sí. Ahora paso a mis reflexiones individuales a partir de dicha conferencia:
            La primera es sobre un debate que se generó en clase, y tras leer la entrada que una compañera ha hecho en su blog de la exposición. Y es el alcance de la aplicación de las leyes que regulan la acción social en sí. Quiero decir, que al final, la ley se hace para un mundo ideal y maravilloso, y en el mundo de verdad nunca hay recursos, ni materiales, ni personal, ni tiempo suficiente. Entonces yo le preguntaba a la ponente que si las medidas que proponían en el tema de la protección de menores no protegían sobremanera a la familia y a veces pasaban al menor a un segundo plano, y ella decía que existía un riesgo, y que no se hacía un seguimiento posterior de la situación del menor porque (mi frase favorita) no hay recursos para ello. Y entonces todos empezábamos a despotricar de la ley, de lo mal montado que está el sistema y de la madre que nos parió a todos. Y yo planteo ahora: vamos a ver, cierto es que no hay recursos, que no tenemos fondos, que movernos de subvención en subvención da una inestabilidad peligrosa al trabajo, que hay demasiados menores en riesgo y pocos trabajadores/educadores/psicólogos para ir tratando a las familias por doquier… Pero lo ideal es que esto se haga en condiciones ¿no? Entonces mi duda es: ¿nos planteamos una línea de trabajo en condiciones, bien hecha del todo, sin tener en cuenta lo pobre que es todo (ley, recursos y demás), y después lo adaptamos a lo que tenemos? ¿O nos planteamos la línea de forma cochambrosa, parcheando y rascando con lo que tenemos? Porque creo que debemos partir de lo que queremos hacer, y después aviárnoslas para adaptar a lo que tengamos, y no al revés.  Porque si partimos de lo mal que está el sistema, de lo pobre que es el margen de acción que nos dejan, de los pocos finales felices que logramos trazar… Apaga y vámonos. Yo por lo menos es que me niego a plantearme el trabajo de esa forma. Soy muy consciente de las limitaciones que se nos presentan. Pero no debemos dejar que las limitaciones sean las que nos impongan las cosas que debemos hacer y la forma de hacerlas.
La segunda idea es mi gran, gran, gran debate interior sobre el trabajo con menores. Vamos a ver, en el trabajo con menores se evita a toda costa romper la unidad familiar. De ahí a que se intervenga mil veces con la familia y se trabaje con ella (juntos, por parejas, por separado, de tres en tres…) antes de iniciar una retirada. Y cuando se retira se trabaja para ver si se puede “devolver al niño” (digámoslo así). Y cuando se retira, se intenta colocar al menor en la familia extensa, antes que en un núcleo nuevo. Hasta ahí todo bien. Es más, lo veo lógico, por todo eso de la socialización, del apego y demás.
PERO. Mi gran pero. ¿Y si mientras que podamos el manzano la manzana se pudre y se echa a perder? ¿Deberíamos haberla cogido a tiempo? Porque del riesgo nos dimos cuenta. Y mientras que trabajamos con la familia, los padres seguían ejerciendo esa influencia en el menor (en este caso negativa), y para cuando quisimos darnos cuenta de que no surtía efecto el trabajo con la familia, el menor ya estaba metido en temas de drogas, o vete a saber. Es mi gran duda: Cuando trabajamos con menores evitamos retirarlos a toda costa. Pero a veces el “a toda costa”, sí que pasa factura. Lo que pasa es que, como no es a corto plazo, cuesta verla. Pero, como dijo la ponente: los niños son esponjas y lo absorben todo. Debemos ser conscientes de que existe un riesgo dejando al menor en el núcleo familiar, igual que existe si lo retiramos.
He salido tan tocado de la charla que la verdad que no sé. No tengo ni idea de dónde hacer las prácticas el año que viene, y no he acabado de decidir si la charla me lo ha aclarado o me ha liado todavía más. Y a pesar de todo, enhorabuena. De los mejores seminarios: buena ponente, buena información y buen criterio para contestar preguntas. Disfruté un montón.

domingo, 27 de marzo de 2011

Reunión 4

23 Marzo

Hoy nos hemos reunido para seguir avanzando en el trabajo de grupo, además de para organizar las visitas a los centros. Nos hemos repartido la búsqueda de información sobre algunos apartados más, de formas que podamos trabajar más rápidamente cuando volvamos a reunirnos. A mí me ha tocado la estructuración de la iniciativa social, así que cuando llegué a casa me puse a buscar en internet. Fue una reunión productiva, en la que trabajamos bastante, la verdad.

lunes, 14 de marzo de 2011

Reunión 3

(Jueves, 10 de Marzo)

Nos reunimos y nos organizamos por parejas para aunar la información que hemos ido buscando a lo largo de la semana. Hemos elaborado el marco teórico casi entero. Nos hemos sentido un poco perdidos con tantísima información (llegó un momento en que me había leído tantos prospectos de medicina que creía que me había equivocado de carrera). Hemos acotado mucho nuestro trabajo, porque es un campo tan amplio que, si no, no íbamos a dar abasto. Ha sido un día muy constructivo: hemos aprendido un montón y hemos trabajado mucho y muy bien. Tuvimos un pequeño malentendido, pero lo solucionamos en seguida. Ha sido agradable el clima de trabajo, y estoy tan enfrascado en el tema que apenas me di cuenta de cómo voló el tiempo. Siento que estoy aprendiendo una barbaridad, porque hasta la fecha no tenía mucha idea acerca de ese ámbito de intervención.
Por otra parte, estoy deseando que lleguemos al punto de la intervención del educador social, porque no hay nada de nada hecho antes: es un campo en el que los educadores no intervienen, sólo se trata médica y psicológicamente. Eso da un campo de posibilidades impresionante, y ya tengo un montón de ideas de líneas de intervención en la cabeza. Me entusiasma poder pensar por mí mismo cómo intervenir en algo, sin tener nada de referencia, ni ningún autor que seguir o que criticar. Me veo creciendo como futuro profesional. Y al resto del grupo también: me encanta trabajar con ellos.

domingo, 13 de marzo de 2011

El ciclo de la violencia

La violencia tiene un ciclo. Es curioso la cantidad de cosas en la vida que funcionan cíclicamente. Y es curioso que, a pesar de que no existe una delimitación de los perfiles de maltratador y maltratado (cualquiera puede ser maltratador y cualquiera puede ser maltratado, sin importar la clase social, ni el nivel de estudios, ni el tipo de trabajo que desempeñan), y sin embargo, el ciclo siempre suele ser el mismo. Fase de acumulación, fase de agresión, fase de  arrepentimiento. Y otra vez fase de acumulación, otra vez la agresión y otra vez el arrepentimiento. Se dijo en clase que al final, la mujer (porque normalmente suele ser una mujer la agredida) ni siquiera ama a su marido, que no lo deja porque le tiene miedo, no por amor. Yo creo que, a veces, será así como suceda. Pero creo que, en gran parte de las ocasiones, existe un “enganche emocional”. No estamos educados en la afectividad. Cada uno se enfrenta a las relaciones afectivas como puede: a veces como aprende en casa que se hace, a veces lo hace como lo hacen sus amigos, a veces como ve en las películas. Pero realmente no sabemos.
Y eso repercute, por un lado, en los maltratadores. Los habrá que maltraten por sadismo, pero la mayoría lo hacen porque (pobrecillos), no conocen otra forma de establecer relaciones de pareja. Y no digo (jamás) que eso los justifique.
Por otro lado, las maltratadas, se “enganchan” de sus maltratadores. También estoy convencido de que en ningún caso son culpables por ello (faltaría más), pero es que tal vez tampoco estén educadas para establecer relaciones sanas. Tal vez, inconscientemente, necesiten de esa figura dominante y violenta, para referenciarse a sí mismas en la relación. Y esto es lo más triste de todo. Cuando llega la tercera fase, del perdón y arrepentimiento, todos nos preguntamos “¿Pero por qué vuelve con él?”. Y sin embargo, gran parte de ellas lo hace. Porque no conocen otro tipo de relación, por temor al sentimiento de fracaso en su vida familiar, por miedo a las represalias… Porque no saben establecer otro tipo de relaciones.
Y lo más peligroso de todo no es que no se eduque en una afectividad sana, sino que se educa en una afectividad enferma. En Crepúsculo, taquillazo que causó furor entre adolescentes (justo cuando se empiezan a establecer las primeras relaciones afectivas como pareja), ella pretende terminar con su vida, volverse vampiro, para estar con él toda su vida. Pretende renunciar a su identidad, su familia, su vida, tal cual, por su pareja. Y todas las quinceañeras encantadas. En la realidad pasa lo mismo, sólo que además él es un chupasangre en el sentido más negro de la palabra, no un príncipe azul con colmillos largos.
Y esa educación en una afectividad sana, en la adquisición de una serie de herramientas (empezando por la más básica: la autoestima), en la normalización de unos patrones relacionales sanos y constructivos por encima del amor posesivo, ególatra y egoísta que se patrocina a golpes de películas, novelas y series de televisión… no existe.
Creo que estamos enfocando todo el tema del maltrato y la discriminación de la mujer desde el ángulo equivocado. Las medidas compensatorias, como dije en un post anterior, acaban pasando factura, y no surten efecto. En lugar de ello, educación en la afectividad. Que nos hace falta a todos.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Mayores

La exposición del grupo de 3ª edad me hizo plantearme un debate personal, que me llevé a casa y arrastré durante días. Se decía en clase que algunas personas mayores se sentían solas, que no tenían quienes las cuidaran, ni quienes les dieran cariño. Se dijo también que en las residencias y hospitales, lógicamente, los médicos o los educadores/trabajadores sociales encargados de atenderlas no tenían tiempo para irse parando media hora en cada habitación a escuchar lo que cada uno de los mayores tenía que contarle.
Y yo veía una enorme incongruencia en todo esto. Quiero decir, si se ha detectado como una necesidad imperante el cubrir la afectividad de este colectivo en concreto (bien mediante el acompañamiento, la escucha o incluso las muestras de cariño físicas) ¿por qué nos empeñamos en no cubrirla? Sé que siempre andamos estrechos de presupuesto y que “contratar a una persona sólo para que dé besos” no es la solución. Sin embargo, yo voy más allá.  En todo el esquema del trabajo social (en sentido amplio del término), aprendemos a usar la afectividad de las personas: tiramos de los lazos de cohesión de los grupos, aprendemos a erigirnos como referentes conductuales de los menores a partir de una conexión socioafectiva, y mil ejemplos más. Y sin embargo, mantenemos la intervención o la ayuda en el campo de la afectividad al margen de todo. Está claro que las personas necesitamos establecer una serie de ligazones emocionales y relacionales con el resto de personas. Lo han dicho los TS, los ES, los psicólogos y los sociólogos. Y sin embargo, nadie mete la mano ahí.
Y ahí es donde entra mi propuesta de “línea de actuación”. Si queremos ofrecer un apoyo íntegro a las personas que lo necesiten, debemos cubrir también la parte afectivo-emocional. Porque va en la esencia de la persona. Sé que es complicado, que pinchar justo en ese nervio puede hacer saltar las críticas de todos los campos con los que trabajamos: es difícil no entrar a manipular ni condicionar la forma de sentir de la persona. Y además, puede crear un lazo tan fuerte que nos mantenga cogidos (y nada de implicación emocional, acordaron hace años los entendidos de nuestro trabajo). Podemos, si lo hacemos mal, incidir en la libertad de la persona, o crear dependencia de nuestra persona o nuestra relación. Y sin embargo, es necesario. Yo lo percibo como necesario.
Es complicado, y no hay dinero para ello. Pero así se empieza siempre, ¿no?

martes, 8 de marzo de 2011

Día de la Mujer

Hoy es 8 de Marzo, Día de la Mujer. Mañana es 9 de Marzo, y no es el Día del Hombre. Ni pasado. Ni al otro.
Hoy ha llegado un profesor a clase y ha dicho “felicidades a todas las mujeres”. Me he quedado a cuadros. ¿Felicidades por ser mujer? ¿Volvemos a situar diferencias sociales en elementos incontrolables, como el sexo? Me sonó tanto a “felicidades por ser de raza aria” que no pude evitar reírme.
Estoy cansado de las políticas compensatorias. A ver si nos enteramos, que la igualdad no se logra pisando a nadie. Ni mujeres, ni hombres, ni perros. Que ya se nos contaron que uno de los dos era peor que el otro, y las mujeres escaparon fatal. ¿Ahora qué? ¿Al revés? Porque estoy hasta las narices de los discursos embristas, de que me digan que las mujeres sacan mejores notas que los hombres en la universidad, que somos terriblemente culpables por cobrar más que ellas en el mismo puesto de trabajo… Y así una larga lista. Llevamos con esas políticas compensatorias años, y no funcionan. Y nosotros (ellos y ellas) erre que erre.
Y esa es otra: el lenguaje sexista. Como si las palabras pudieran emitir juicios de valor. Me considero un amante de los libros y de todo lo relacionado con el arte de escribir y leer, y siento pena por el pobre lenguaje. Los y las salvajes y salvajas que esgrimen esos argumentos maníos sobre lo crucial que es decir “persona que practica deporte” en vez de “deportista”. Una de mis luchas personales es en pro de la igualdad. Pero por ahí no paso. El lenguaje está al servicio del hombre (y la mujer), y debemos usarlo como lo que es: una herramienta. A veces los elementos se vacían de contenido. Pasa con todo: con los elementos identitarios (como el flamenco), con los actos religiosos (casarse por la Iglesia), con las tradiciones… Con el lenguaje también. Y cuando yo digo hoy “azafata”, sé perfectamente que puede ser un chico o una chica, y para nada tengo esa imagen mental de “es azafata, así que es un puesto de trabajo para las mujeres”.
Que es hora de enterarse ya que dualizar y “hacer equipo” nunca fue bueno. No se trata de “ellas” y “ellos”. Se trata de personas.
Y que, como dije en clase, me siento casi obligado a tener que pedir perdón. Perdón por tener pene.

martes, 1 de marzo de 2011

Reunión 2

Hoy hemos ido a ver a Jose a tutoría. Yo ya sabía lo que nos iba a decir, "que él no puede resolvernos el problema", porque es un problema de decisión del grupo. Lógicamente es una decisión que debemos tomar nosotros. Al salir hemos hablado y hemos decidido hacer una visión panorámica de la salud mental, y después centrarnos en dos elementos concretos: el suicidio y las fobias/ ansiedad. La verdad que nos veo un poco perdidos, porque las enfermedades mentales es un tema totalmente desconocido. Quiero decir, con mayores ya tenemos experiencia, con niños y adolescentes ni te cuento, con sin techo, drogodependientes incluso, pero... ¿salud mental? Ni la hemos tocado.
Sin embargo, estábamos muy ilusionados. El tema cada vez nos gusta más, y las propuestas de suicidio y fobias nos atraen (para estudiarlas,¡por supuesto!).
Mañana hemos quedado para estructurar el trabajo después de clase. Y, la verdad, me muero de ganas por empezar.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Reunión 1

El día 21de Febrero de 2011 fue el día de nuestra primera reunión. Cada uno llevó la información que había encontrado acerca de Salud Mental. Debo reconocer que fue Elvira la que más cosas trajo. Repartimos las lecturas y acordamos llevarlas leídas para el día de la próxima reunión (que sería en tutoría con Jose).
Estoy bastante ilusionado con el grupo. Creo que pueden aportarme muchas cosas, y creo que cada uno tiene un don concreto a la hora de trabajar que nos hará realizar un trabajo bastante bueno. Rosana tiene su afán de perfección en todo lo que hace, Miguel su inteligencia emocional y capacidad de empatía, Elvira su espíritu crítico y sus puntos de vista ingeniosos y yo... tengo mi imaginación y capacidad de inventiva.
¡Juntos seremos poderosos!

Drogas.

La exposición de hoy me ha resultado muy interesante. He de reconocer que yo, si me sacas de la coca, la heroína, los porros, las anfetas y el alcohol, poco más conozco sobre drogas. He descubierto algunos nombres nuevos (¿polvo de ángel?), y muchas de las incidencias y efectos perjudiciales que causan en el organismo.
También apareció un aspecto que me dejó sorprendido y algo confuso. Nunca lo había pensado, pero es verdad: la propaganda que se le hace en los medios de comunicación a las drogas. De forma oficial se presentan como algo negativo: el Gobierno prepara constantes campañas anti-drogadicción, cada cual más desagradable e impactante. Sin embargo, en las películas, y en la sociedad en general, se hace una propaganda increíble de las drogas. Pongamos un ejemplo: Gossip Girl. Una de las series más it del momento, cuyos personajes marcan tendencia y cuyos entramados amorosos causan furor. En esta serie aparece un personaje, Chuck Bass, joven empresario, que encarna la mezcla perfecta entre “chico malo” y “novio perfecto”. Aparece constantemente bebiendo alcohol, incluso consumiendo otro tipo de drogas. Otra de los personajes, Jenny Humfrey, adolescente rebelde y diseñadora revelación, actúa como tapadera de su novio camello en algunos capítulos. Por no hablar de la protagonista por excelencia, Serena Van Der Woodsen, una chica divertida y sexy, con un pasado cargado de fiestas, copas y alcohol.
Aunque directamente en la serie no se defienden las drogas como algo positivo, ni como “guay”, ni “divertido”, en el fondo se tiende a permitir esa asociación inmediata entre “drogas” y “éxito, rebeldía, sensualidad, atracción”, o cualquiera de las características que presentan los personajes que las consumen o han consumido.
Y esto es terrible, porque estos personajes actúan como modelo de muchos adolescentes y jóvenes. Y eso es todo un peligro.

martes, 22 de febrero de 2011

Seminario 3

La verdad que la charla de hoy se me ha quedado más pequeña que los zapatos que usaba cuando tenía cinco años. Los temas tratados son del temario de primero de carrera, y de experiencias prácticas, más allá de dos ejemplos… Nada.
Sin embargo, ha habido tres elementos que me han llamado la atención: la diferencia entre el contexto de control y el contexto de ayuda, el modelo sistémico, que entiende las crisis como puntos clave de toda historia familiar, y que siempre suelen darse en el mismo momento (tras el matrimonio, el primer hijo, síndrome del “nido vacío”…), y la estrategia del “como si… (no pasara nada”. Esta era una estrategia que se usaba para normalizar las situaciones en las entrevistas, y poder establecer una relación más íntima y normalizada con el usuario.
Lo del modelo sistémico me interesa muchísimo… Me he dedicado a buscar en temario de otras asignaturas (Trabajo Social con Familia, Infancia y Juventud, por ejemplo) y no lo veo por ninguna parte. Así que creo que me organizaré una búsqueda sistemática por Google, porque en la charla lo mencionaron muchas veces, pero no terminaron de explicarlo con exactitud.
Y justo cuando estaba en lo mejor (al final, hablando de casos concretos), tuve que irme. Ironías de la vida. Pero, sinceramente, otras charlas han estado mejores.

viernes, 28 de enero de 2011

Concepto de Inadaptación social. Amorós y Ayerbe. (Propuestas de intervención)

No es ninguna noticia de última hora: hay sujetos inadaptados en nuestra sociedad. He hablado tantas veces de lo que opino acerca de este fenómeno, he plasmado tantas reflexiones en este blog acerca de este tema… que ya sólo me queda hacer una cosa: Plantear las líneas de intervención.
Tras leer la lectura de Amorós y Ayerbe, me quedé con una frase dándome vueltas en la cabeza. Dice así: “El ser humano es conceptualizado como sujeto capaz de crear y otorgar significado, capaz de hacerse cargo de su entorno e incluso de su propia condición, dotado del don de la anticipación, planteamiento y proyección”. (Amorós y Ayerbe 2000).
Esta idea me pareció bastante acorde con mi forma de pensar. Sin embargo, a más vueltas le daba, más peligrosa me parecía. ¿Significaba que la responsabilidad de su adaptación caía sobre el propio sujeto? ¿Hacía eso “culpables” a los desadaptados, de su inadaptación? Eso limpiaba las manos del colectivo social que rodea al sujeto, y elimina la responsabilidad de los poderes públicos que rigen la sociedad de ayudar a esas personas. Y entonces me pareció una idea equivocada.
Volví a leer el texto, y me encontré otra: “La inadaptación social es un fenómeno social, y no se puede deslindar de los procesos y momentos históricos, de las ideologías existentes y de los dispositivos sociales y legales que se han construido para gestionar tales fenómenos”. (Amorós y Ayerbe 2000). Más adelante, se afirma que la inadaptación del sujeto es en parte fruto del medio en el que vive, que ejerce un factor de riesgo.
Entonces se me ocurrió una idea: La intervención como un doble proceso de fuerza: centrípeta y después centrífuga. Un sujeto marginado socialmente, en un ambiente marginal. Conseguimos trabajar con él durante un período de tiempo en que el sujeto y el medio del que provenía (marginal) apenas tienen interacción. Y ejerciendo sobre él todos nuestros sabios conocimientos de trabajadores y educadores sociales, y sin “meter la pata”, conseguimos que desarrolle unos patrones conductuales “socialmente integrados” (llamémoslo así). Diríamos que hemos ejercido sobre él una fuerza centrípeta: desde el medio normalizado en que hemos trabajado con él, hemos ido trabajando la afectividad, las relaciones sociales, el rechazo al consumo de drogas, la importancia de la educación, etc. De fuera hacia dentro.
Una vez que el sujeto interioriza todo esto, lo devolvemos al medio (si él lo consiente), y actúa como una lavadora centrifugando: lo aprendido lo enseña allí por donde va. Ésta sería la segunda fase: la de fuerza centrífuga (de dentro a fuera). Lógicamente, deberían de plantearse varios procesos a la vez, de forma que el peso de los nuevos patrones conductuales que reciba el medio sea considerable: si no el sujeto podría ser ignorado, o se vería obligado a volver a su antigua forma de vida.