viernes, 29 de abril de 2011

Desarraigos.

Cuando acabé el instituto, y tuve que venir a estudiar a Sevilla, lo pasé francamente mal. Aún no lo sabía, pero sufrí desarraigo. Tuve que abandonar mi vida, mi familia, mis amigos y mi casa para ir a una ciudad desconocida, enorme, en la que apenas conocía a nadie. Tuve que apañármelas para aprender a utilizar el metro, para entender el funcionamiento de las líneas de autobús (en mi pueblo no hay autobuses). Tuve que aprender a manejarme dentro de la Universidad, que me parecía enormemente grande. Tuve que aprender a comer y cenar solo, sin mis hermanas, sin mis padres. Cómo poner una lavadora, cómo cocinar algo que no fuera pasta o salchichas, qué se usa para limpiar el baño y qué para limpiar el microondas… Perdí mis redes sociales, tuve que reeducarme en todo lo que suponía la vida cotidiana en un lugar nuevo, y carecía de gran parte de los elementos de apoyo de los que sí disponía en mi pueblo.
Los primeros meses suponen una odisea. Y me costó mucha fuerza de voluntad y mucho empeño no mandarlo todo a tomar viento y volver a mi vida de antes, en la que me encontraba tan a gusto.
Recuerdo esa situación, lo que sentía. Y si encima me quitara el piso en el que vivía de alquiler, la comida, el dinero y hasta el idioma en que hablan los sevillanos… Creo que me moriría. Y esto es lo que le pasa a gran parte de los inmigrantes. Sinceramente, creo que la gente no es consciente de lo que significa el desarraigo. La soledad, la tensión constante, tener que huir de la policía, el hambre pinchando el estómago a la vez que las ganas de volver. Porque no creo que a ninguno de los que vienen en estas condiciones les encante España, y no deseen volver a su hogar, con su gente.
Es terrible. Y ya si han venido en patera, o escondidos en un camión… La gente dice “en pateras” y sólo ve a los negros bajándose de una barcucha, nada más. Cuando tomas consciencia de lo que implica el viaje en patera… El sol picando durante todo el día en la nuca, deshidratando poco a poco el cuerpo, el espacio tan pequeño que apenas permite moverse. El pánico, si estalla una tormenta o hay oleaje, o de las patrullas marítimas de policía. Los mareos, la preocupación por los bebés. Los muertos, que se van quedando por el camino, y la incertidumbre de pensar si va a ser tú el próximo que muera.
Escucho a la gente hablar de inmigración y se me enciende el estómago. Que si podían trabajar en algo, en vez de vender pañuelos, que si es que no estaban preparados para ejercer sus profesiones en España, que si muy listos tampoco tienen que ser, que si van a lo fácil… ¿Fácil? Creo que la gente no piensa lo que dice, en serio. Creo que a más de uno le vendría bien un par de jornadas de vender cosas absurdas en los semáforos, o de pedir por las aceras. Pedir limosna es pisotear la dignidad de uno. Creo que cualquiera prefiere trabajar y ganar un sueldo medianamente digno que suplicar un par de monedas a personas que lo ignoran al pasar.
Fácil… Fácil debería ser. Deberíamos hacerlo fácil, como se lo hacemos a los alemanes y a los ingleses. Pero como dije una vez, la raza la marca el dinero. Y, desgraciadamente, muchos de los inmigrantes que vienen aquí no lo tienen. Y por eso no los tratamos como a los alemanes.

El cromosoma 21

                Cuando te pasas dos horas de tu vida fingiendo que tienes una discapacidad intelectual acabas, en cierto modo, creyéndotelo. Desde mi corta experiencia como border-line, me di cuenta de lo difícil que era que me tomaran en serio en la clase, o que dejaran de acariciarme. A ver, que tener una discapacidad no significa ser un perro al que le gusta que lo acaricien. De hecho, las personas que sufren esa discapacidad (odio esa palabra, pero es que no sé cómo referirme a ella de otra forma) rehúyen del contacto físico. Tienen muy poca tolerancia al estrés y se agobian continuamente. Por eso hacía como me que agobiaba (y me agobiaba en serio) cuando me tocaban tanto.
                El otro día, en pleno debate sobre el aborto, se decía que el aborto era una “solución” en situaciones especiales. Y siempre que sale este tema salen las situaciones de: violación, peligro para la madre y “que el bebé venga malito”. Ese “que el bebé venga malito” significa que tenga alguna discapacidad. Y la que primero se puede ver, por eso del cromosoma 21, es el Síndrome Down. Entonces es cuando yo digo: “Joder, estamos defendiendo lo mismo que defendían los nazis. Ellos metían a los Síndrome Down en cámaras de gas, nosotros los matamos cuando todavía no han nacido”. Estamos asumiendo que son inferiores por el simple hecho de esa mutación del cromosoma 21, y estamos asumiendo que tenemos el derecho (muy fuerte) de decidir si nacen o no nacen.
                Mientras existan lindezas de este estilo en nuestra sociedad de hipócritas, establecer medidas para integrarlos en el mercado laboral, o políticas educativas para integrarlos en la escuela, o lo que sea… es parchear. Porque partimos de una base podrida. Construir sobre ella es utilizar madera nueva para el tejado, mientras las paredes responden a una estructura vieja, desfasada y dañina.

domingo, 10 de abril de 2011

Cegueras y discapacidades

Dicen que ojos que no ven, corazón que no siente. Dudo que sea la verdad. La temática de la charla de hoy me ha impactado enormemente. Siempre he sabido que “discapacidad física” no siempre es igual a una silla de ruedas, sin embargo de forma inconsciente hacía esa conexión. Sabía que había personas ciegas en la sociedad, pero nunca me paré a tomar consciencia de lo que significa no ver. No ver el sol, ni distinguir el día de la noche, ni ver la cara de las personas con las que se habla. No ver el propio reflejo, ni poder saber de qué color del pantalón que se lleva puesto. No poder ver el arte, ni los paisajes, ni una película. Es muy duro.
Y sin embargo, no he visto personas dependientes en los vídeos, ni me he sentido dependiente ni incapaz en las dinámicas. Es algo que el grupo de exposición ha conseguido trasladarnos muy bien. Capacidad de superación. Creo que ya lo he dicho anteriormente, pero no creo en las discapacidades. No creo en ellas. Creo que existe un mundo, un mundo real al que todos debemos enfrentarnos. Y cada uno posee unas herramientas concretas para afrontar la realidad y superar el día a día. Lo normal (por mayoritario, no por otra cosa) es que todos tengamos dos ojos y dos piernas, pero hay gente que no las tiene. Lo normal es que todos sepamos hablar, pero hay gente que no. O que no conoce el idioma. Lo lógico es que todos sepamos amar, pero hay gente que no puede. O perdonar. Es así de simple. Cada uno parte de su propia línea de salida, con lo que lleva puesto. Y por el camino corre como puede: a veces solo, a veces acompañado, a veces con una pierna, a veces con los ojos cerrados. Nadie es menos que nadie por no tener algo que otros sí tienen. Si una persona tuviera alas y supiera volar también lo llamaríamos discapacitado, seguro. Funcionamos así, desgraciadamente. Descubrimos que la piel de las personas puede ser negra o amarilla, y los llamamos animales, porque no son como esperamos que sean. Descubrimos que una mujer es capaz de curar una enfermedad con hierbas y la llamamos bruja. Descubrimos que dos hombres pueden amarse y los llamamos enfermos o inadaptados. Y a lo largo de toda la Historia nos hemos encargado de ir eliminando aquello que representa una amenaza para nuestra concepción cuadriculada o pre-establecida de la realidad. A Gandhi, porque demostró lo poderosa que es la paz, a Luther King, por el peligro que representa luchar por los ideales en los que se cree, a Jesús de Nazaret, porque supuso una figura histórica de ruptura con los esquemas marcados… Y después empezamos a marginar a los que, por ser diferentes a la mayoría, tenían que apañárselas para adaptarse y sobrevivir a su manera. A los ciegos, los sin techo, los cojos, los mancos, los sordomudos, a los mudos y a los sordos… A todos.
Por eso no creo en las discapacidades. Porque nadie es completamente capaz de todo, ni completamente incapaz de nada. Cada uno puede hacer lo que puede hacer, y punto. Lo que pasa es que a nosotros nos chirría que los demás no hagan las cosas igual que nosotros. Y ahí es donde está la verdadera discapacidad.

Residencias

La realidad tiende a la dualidad. Con respecto al tema de mayores, se da de forma inexorable. La población está dividida entre los mayores que se quedan en casa, y los mayores que van a  residencias. Dentro de este segundo sector están los que van a las residencias privadas, frente a los que van a las residencias públicas. Dentro de cualquier residencia, al margen de su privacidad, se da una dualización entre los mayores dependientes y los no-dependientes. Y en este ámbito es muy curioso, pero no suele establecerse una diferenciación. Se juntan los dependientes con los no dependientes. A lo sumo se hace como en la residencia de asistidos de Montequinto, que se separan por plantas según el grado de dependencia, pero no mucho más. Y esa es una de las grandes pegas del sistema de residencias actual. Utilizamos la vejez como requisito y como “símbolo del colectivo”, cuando en realidad creo que la edad, igual que el sexo, es una variable. Así lo entiendo yo, al menos. Es una tontería crear residencias para “mayores”, cuando por el simple hecho de ser mayores, no se necesita una residencia. Es como crear residencias para rubios. Sin embargo, sí se necesitan residencias para personas dependientes, para personas que no quieren vivir solas, etc. Aunque como variable común se presente el hecho de que gran parte de ellas son de avanzada edad. Así, las residencias serían más efectivas si se organizaran, por ejemplo, en función del nivel de dependencia. O de la carencia de redes sociales.
Y por último, hablar de por qué las residencias se ven como algo terrible. Creo que las personas mayores ven como algo negativo el irse a una residencia por el familiarismo tan exacerbado que hemos vivido. Ahora, con la entrada en crisis de los modelos familiares tradicionales, las funciones de la familia se ven puestas en tela de juicio. Pero antes se tenía muy claro que la familia era quien cuidaba a los mayores (sobre todo aquí en Andalucía). Eso de que a los mayores los cuiden extraños se sale fuera de los patrones sociales de funcionamiento en los que han sido educados nuestros abuelos y abuelas. Por eso creo que es, simplemente cuestión de tiempo. A que se asienten los nuevos roles y competencias de las familias. Y entonces se empezará a considerar la opción “residencia” como una muy positiva y muy válida (aunque para ello también tendrá que evolucionar el funcionamiento y la organización de las residencias).

martes, 5 de abril de 2011

El co-pago de las narices.

Hoy he visto el documental “Sicko”, que trata sobre el sistema de salud americano. En él aparece una visión de las compañías de seguros americanas que las convierte prácticamente en mafias. Y lo tristes es que creo que la visión no se encuentra muy lejos de la realidad.
El hecho de que sólo aseguren a las personas que les parecen “saludables” me parece un error. De este modo transferimos el derecho a la salud (que debería ser subjetivo) a elementos internos de la persona sobre los que el sujeto no tiene control (demasiado gordo, demasiado delgado, con antecedentes tumorales…). Al margen de que, por supuesto, los que necesitan de un médico son los que tienen enfermedades, no los sanos ¿no? Mi sorpresa/indignación llegó a su punto culmen cuando me enteré de que se han dado casos de compañías de seguros médicas que pagan a los médicos para que NO traten a los pacientes. Ahí está. Mafias puras y duras, con soborno y todo.
A continuación, se compara con otros países en que existen modelos públicos de salud. Sin embargo, se da una visión un poco desfigurada de dichos modelos: se habla de tratamientos médicas “gratis”, cuando en realidad no son gratuitos, sino que se pagan a través de un sistema redistributivo de impuestos.
Ahora que está muy en boga eso del co-pago, algunas de las ideas que aparecen en el vídeo pueden hacernos reflexionar. Dicen que el co-pago reduce el número de gente que acude a consulta (y la gente que va sin motivo dejará de ir), además de generar una serie de ingresos que contribuirán a financiar el sistema sanitario. Francia, por ejemplo, aplica el sistema del co-pago, y posee uno de los gastos sanitarios más elevados del mundo, además de que los ingresos provenientes de esta medida no son de una importancia significativa para la promoción de este modelo de salud. Por lo tanto, la teoría se desmonta.
Y al margen de todo, me declaro en contra del co-pago. Como pagar, ya pagamos con nuestros impuestos ¿no? Que no es que nos regalen las consultas, sino que las pagamos. Y con las medicinas pasa igual: la receta médica que pasa la Seguridad Social descuenta un porcentaje del coste total del medicamento, pero el porcentaje restante lo paga el sujeto que debe tomar la medicina. ¿Y eso no es co-pago? Venga ya…

¿Ir o no ir? (a clase)

                De la exposición de hoy me quedo con una idea: el absentismo es un tipo de maltrato emocional.
            Creo que no hemos caído en la cuenta de las repercusiones que tiene “saltarse las clases”. Sí, la educación es un derecho y es deber de los padres y patatín patatán… Pero no. Si un menor es absentista, sufre maltrato. Se le cierran puertas. Se empieza a la pintar de oscuro el futuro. Adiós oportunidades, adiós futuro, adiós cambio. Porque normalmente los menores absentistas suelen pertenecer a núcleos familiares en los que los padres no le conceden importancia a la educación. Y, sin educación, ya sabemos dónde vamos.
            Y si el padre o la madre dejan de preocuparse por que el niño asista a clase, son unos maltratadores. Maltratan a su hijo en la medida en que le permitan cerrarse todas esas puertas (cosa que el niño hace inconscientemente), y renunciar a un futuro “normalizado”. Por eso creo que deberíamos de ser mucho más tajantes con el absentismo. No porque sea un problema, o que vaya en perjuicio del niño (que también). Sino porque es una forma de maltrato contra su persona.

Seminario 4

En esta ocasión la charla-seminario trató sobre la acción que realiza una educadora social en un ETF de Polígono Sur. Debo decir que me encantó. Aunque había oído hablar sobre los Equipos de Tratamiento Familiar en ocasiones anteriores, nunca había sido consciente del trabajo que realizaban en sí. Ahora paso a mis reflexiones individuales a partir de dicha conferencia:
            La primera es sobre un debate que se generó en clase, y tras leer la entrada que una compañera ha hecho en su blog de la exposición. Y es el alcance de la aplicación de las leyes que regulan la acción social en sí. Quiero decir, que al final, la ley se hace para un mundo ideal y maravilloso, y en el mundo de verdad nunca hay recursos, ni materiales, ni personal, ni tiempo suficiente. Entonces yo le preguntaba a la ponente que si las medidas que proponían en el tema de la protección de menores no protegían sobremanera a la familia y a veces pasaban al menor a un segundo plano, y ella decía que existía un riesgo, y que no se hacía un seguimiento posterior de la situación del menor porque (mi frase favorita) no hay recursos para ello. Y entonces todos empezábamos a despotricar de la ley, de lo mal montado que está el sistema y de la madre que nos parió a todos. Y yo planteo ahora: vamos a ver, cierto es que no hay recursos, que no tenemos fondos, que movernos de subvención en subvención da una inestabilidad peligrosa al trabajo, que hay demasiados menores en riesgo y pocos trabajadores/educadores/psicólogos para ir tratando a las familias por doquier… Pero lo ideal es que esto se haga en condiciones ¿no? Entonces mi duda es: ¿nos planteamos una línea de trabajo en condiciones, bien hecha del todo, sin tener en cuenta lo pobre que es todo (ley, recursos y demás), y después lo adaptamos a lo que tenemos? ¿O nos planteamos la línea de forma cochambrosa, parcheando y rascando con lo que tenemos? Porque creo que debemos partir de lo que queremos hacer, y después aviárnoslas para adaptar a lo que tengamos, y no al revés.  Porque si partimos de lo mal que está el sistema, de lo pobre que es el margen de acción que nos dejan, de los pocos finales felices que logramos trazar… Apaga y vámonos. Yo por lo menos es que me niego a plantearme el trabajo de esa forma. Soy muy consciente de las limitaciones que se nos presentan. Pero no debemos dejar que las limitaciones sean las que nos impongan las cosas que debemos hacer y la forma de hacerlas.
La segunda idea es mi gran, gran, gran debate interior sobre el trabajo con menores. Vamos a ver, en el trabajo con menores se evita a toda costa romper la unidad familiar. De ahí a que se intervenga mil veces con la familia y se trabaje con ella (juntos, por parejas, por separado, de tres en tres…) antes de iniciar una retirada. Y cuando se retira se trabaja para ver si se puede “devolver al niño” (digámoslo así). Y cuando se retira, se intenta colocar al menor en la familia extensa, antes que en un núcleo nuevo. Hasta ahí todo bien. Es más, lo veo lógico, por todo eso de la socialización, del apego y demás.
PERO. Mi gran pero. ¿Y si mientras que podamos el manzano la manzana se pudre y se echa a perder? ¿Deberíamos haberla cogido a tiempo? Porque del riesgo nos dimos cuenta. Y mientras que trabajamos con la familia, los padres seguían ejerciendo esa influencia en el menor (en este caso negativa), y para cuando quisimos darnos cuenta de que no surtía efecto el trabajo con la familia, el menor ya estaba metido en temas de drogas, o vete a saber. Es mi gran duda: Cuando trabajamos con menores evitamos retirarlos a toda costa. Pero a veces el “a toda costa”, sí que pasa factura. Lo que pasa es que, como no es a corto plazo, cuesta verla. Pero, como dijo la ponente: los niños son esponjas y lo absorben todo. Debemos ser conscientes de que existe un riesgo dejando al menor en el núcleo familiar, igual que existe si lo retiramos.
He salido tan tocado de la charla que la verdad que no sé. No tengo ni idea de dónde hacer las prácticas el año que viene, y no he acabado de decidir si la charla me lo ha aclarado o me ha liado todavía más. Y a pesar de todo, enhorabuena. De los mejores seminarios: buena ponente, buena información y buen criterio para contestar preguntas. Disfruté un montón.