La violencia tiene un ciclo. Es curioso la cantidad de cosas en la vida que funcionan cíclicamente. Y es curioso que, a pesar de que no existe una delimitación de los perfiles de maltratador y maltratado (cualquiera puede ser maltratador y cualquiera puede ser maltratado, sin importar la clase social, ni el nivel de estudios, ni el tipo de trabajo que desempeñan), y sin embargo, el ciclo siempre suele ser el mismo. Fase de acumulación, fase de agresión, fase de arrepentimiento. Y otra vez fase de acumulación, otra vez la agresión y otra vez el arrepentimiento. Se dijo en clase que al final, la mujer (porque normalmente suele ser una mujer la agredida) ni siquiera ama a su marido, que no lo deja porque le tiene miedo, no por amor. Yo creo que, a veces, será así como suceda. Pero creo que, en gran parte de las ocasiones, existe un “enganche emocional”. No estamos educados en la afectividad. Cada uno se enfrenta a las relaciones afectivas como puede: a veces como aprende en casa que se hace, a veces lo hace como lo hacen sus amigos, a veces como ve en las películas. Pero realmente no sabemos.
Y eso repercute, por un lado, en los maltratadores. Los habrá que maltraten por sadismo, pero la mayoría lo hacen porque (pobrecillos), no conocen otra forma de establecer relaciones de pareja. Y no digo (jamás) que eso los justifique.
Por otro lado, las maltratadas, se “enganchan” de sus maltratadores. También estoy convencido de que en ningún caso son culpables por ello (faltaría más), pero es que tal vez tampoco estén educadas para establecer relaciones sanas. Tal vez, inconscientemente, necesiten de esa figura dominante y violenta, para referenciarse a sí mismas en la relación. Y esto es lo más triste de todo. Cuando llega la tercera fase, del perdón y arrepentimiento, todos nos preguntamos “¿Pero por qué vuelve con él?”. Y sin embargo, gran parte de ellas lo hace. Porque no conocen otro tipo de relación, por temor al sentimiento de fracaso en su vida familiar, por miedo a las represalias… Porque no saben establecer otro tipo de relaciones.
Y lo más peligroso de todo no es que no se eduque en una afectividad sana, sino que se educa en una afectividad enferma. En Crepúsculo, taquillazo que causó furor entre adolescentes (justo cuando se empiezan a establecer las primeras relaciones afectivas como pareja), ella pretende terminar con su vida, volverse vampiro, para estar con él toda su vida. Pretende renunciar a su identidad, su familia, su vida, tal cual, por su pareja. Y todas las quinceañeras encantadas. En la realidad pasa lo mismo, sólo que además él es un chupasangre en el sentido más negro de la palabra, no un príncipe azul con colmillos largos.
Y esa educación en una afectividad sana, en la adquisición de una serie de herramientas (empezando por la más básica: la autoestima), en la normalización de unos patrones relacionales sanos y constructivos por encima del amor posesivo, ególatra y egoísta que se patrocina a golpes de películas, novelas y series de televisión… no existe.
Creo que estamos enfocando todo el tema del maltrato y la discriminación de la mujer desde el ángulo equivocado. Las medidas compensatorias, como dije en un post anterior, acaban pasando factura, y no surten efecto. En lugar de ello, educación en la afectividad. Que nos hace falta a todos.