No es ninguna noticia de última hora: hay sujetos inadaptados en nuestra sociedad. He hablado tantas veces de lo que opino acerca de este fenómeno, he plasmado tantas reflexiones en este blog acerca de este tema… que ya sólo me queda hacer una cosa: Plantear las líneas de intervención.
Tras leer la lectura de Amorós y Ayerbe, me quedé con una frase dándome vueltas en la cabeza. Dice así: “El ser humano es conceptualizado como sujeto capaz de crear y otorgar significado, capaz de hacerse cargo de su entorno e incluso de su propia condición, dotado del don de la anticipación, planteamiento y proyección”. (Amorós y Ayerbe 2000).
Esta idea me pareció bastante acorde con mi forma de pensar. Sin embargo, a más vueltas le daba, más peligrosa me parecía. ¿Significaba que la responsabilidad de su adaptación caía sobre el propio sujeto? ¿Hacía eso “culpables” a los desadaptados, de su inadaptación? Eso limpiaba las manos del colectivo social que rodea al sujeto, y elimina la responsabilidad de los poderes públicos que rigen la sociedad de ayudar a esas personas. Y entonces me pareció una idea equivocada.
Volví a leer el texto, y me encontré otra: “La inadaptación social es un fenómeno social, y no se puede deslindar de los procesos y momentos históricos, de las ideologías existentes y de los dispositivos sociales y legales que se han construido para gestionar tales fenómenos”. (Amorós y Ayerbe 2000). Más adelante, se afirma que la inadaptación del sujeto es en parte fruto del medio en el que vive, que ejerce un factor de riesgo.
Entonces se me ocurrió una idea: La intervención como un doble proceso de fuerza: centrípeta y después centrífuga. Un sujeto marginado socialmente, en un ambiente marginal. Conseguimos trabajar con él durante un período de tiempo en que el sujeto y el medio del que provenía (marginal) apenas tienen interacción. Y ejerciendo sobre él todos nuestros sabios conocimientos de trabajadores y educadores sociales, y sin “meter la pata”, conseguimos que desarrolle unos patrones conductuales “socialmente integrados” (llamémoslo así). Diríamos que hemos ejercido sobre él una fuerza centrípeta: desde el medio normalizado en que hemos trabajado con él, hemos ido trabajando la afectividad, las relaciones sociales, el rechazo al consumo de drogas, la importancia de la educación, etc. De fuera hacia dentro.
Una vez que el sujeto interioriza todo esto, lo devolvemos al medio (si él lo consiente), y actúa como una lavadora centrifugando: lo aprendido lo enseña allí por donde va. Ésta sería la segunda fase: la de fuerza centrífuga (de dentro a fuera). Lógicamente, deberían de plantearse varios procesos a la vez, de forma que el peso de los nuevos patrones conductuales que reciba el medio sea considerable: si no el sujeto podría ser ignorado, o se vería obligado a volver a su antigua forma de vida.
