domingo, 26 de diciembre de 2010

Líos de familia.

La sociedad avanza hacia horizontes desconocidos. Y lo hace a una velocidad vertiginosa. Uno de los reflejos más inmediatos de dicho avance es el lío que se ha montado con la familia.
La familia siempre ha sido una institución encargada de regular a los sujetos que la integraban, y de proporcionar seguridad a los mismos. Y tenía un esquema determinado: padre (cabeza de familia), madre (eje de la misma y encargada de la crianza) e hijos (base de la pirámide).
Sin embargo, en los últimos años, las familias rompieron ese esquema tan rígido. El padre empieza a establecer relaciones afectivas con los hijos, y la madre sale al mundo laboral. Los hijos pueden ser adoptados, o ser fruto de matrimonios anteriores. El matrimonio deja de ser para toda la vida. Se dan las familias monoparentales y las parejas de hecho. Se retoman, incluso, los esquemas tradicionales (abuelos en casa).
Esto supone un desorden grandísimo en la sociedad. Los roles no existen como referentes: deben irse creando acorde a las nuevas situaciones. Y al carecer de roles, la familia pierde su razón de ser (la que tenía hasta ahora).
Las relaciones sexuales dejan de circunscribirse al matrimonio, y la educación en valores de los hijos pasa a ser un cuenco en el que cualquiera puede meter el dedo (el Estado, el colegio, los educadores, los monitores…). La afectividad puede verse cubierta en cualquier otro círculo, y la cobertura de la necesidad de protección se ve sostenida entre las manos del Estado.
Ésa es la teoría. Pero la realidad es que la teoría se cumple a partes. Por eso el problemón está en que nadie sabe exactamente qué debe hacer la familia, y qué no es necesario que haga. La familia, nos guste o no, es el código de barras de todo individuo. Y las relaciones afectivas tan íntimas que se establecen dentro de la misma tienen un peso determinante en la educación. Pero esto no se reconoce. No es “progre”, no se lleva.
Repercusiones: Niños sin valores. Niños que no ven cubierta su necesidad de cariño. Padres que centran sus vidas en sí mismos, dejando de lado la pareja, los hijos… Adolescentes perdidos, sin referentes. Y un Estado que (bajo mi humilde opinión) hace verdaderas barbaridades en las clases de Educación Para la Ciudadanía. O, como dijo una vez una profesora, “Clases para la Formación del Espíritu Nacional”. Pero eso ya es otro debate.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Agencias de socialización (Rafael Merino)

Durante la infancia, el niño aprende las normas sociales y a “manejarse” en el mundo a través de dos elementos fundamentales: la familia y la escuela. Merino también habla del ocio, el grupo de iguales, los medios de comunicación de masas y el trabajo como factores de socialización, pero personalmente pienso que la socialización que ejercen éstos es de segundo orden, o no es tan directa como la que ejercen la familia y la escuela. Me centraré en la familia, porque es un tema que viene preocupándome últimamente.
                La familia posee una importancia crucial en el proceso de asentamiento de las bases de la personalidad. Esto se produce durante la primera infancia. Los padres enseñan al niño lo que está bien y lo que está mal. Y ese es el patrón de referencia que adquiere el niño. Al principio actuará por temor al castigo, o buscando la recompensa, pero poco a poco, al ir superando los estadios primarios de aprendizaje y desarrollo psicológico, irá asumiendo esas bases éticas y esos principios morales como propios. Y lo que papá y mamá decían que estaba bien, acaba estando bien.
Por eso creo que es vital detectar las familias en las que se ejerce maltrato. Por la madre, por el padre, para evitar esa horrible situación, sí… Pero por los hijos también. Y más allá de “para evitarles esa infancia tan cruel”, porque los están convirtiendo en maltratadores y maltratados potenciales. Porque el niño, si el padre es el que maltrata, asumirá que cabe dentro de la normalidad en las relaciones de pareja el agredir a su compañera. Y la niña, si la madre es la maltratada, asumirá ese papel como el que debe desempeñar en un futuro. Porque ambos se identifican con las figuras “padre” y “madre” como referencia casi exclusiva durante el primer período vital.
Son los patrones relacionales que los padres les están enseñando. Son las normas que aprenden, los conceptos de “bien” y “mal” que adquieren. Y después tienden a reproducirlos.
Por eso hay que cortar esa cadena. Porque es capaz de hacer daño a largo plazo, incluso generaciones después.

Individuo y sociedad (Rafael Merino)

El individuo participa en la sociedad a través de los roles que desempeña. Una persona no desempeña un solo rol, sino que tiene varios papeles a la vez. Así, podemos desempeñar el rol de padre, el de funcionario, el de esposo y el de amigo, por ejemplo.
Me ha parecido realmente interesante la parte de la lectura que habla del conflicto que a veces puede provocar en la persona el desempeño de los diferentes roles. Viene hablando de que un empresario autoritario en la oficina y sumiso en casa puede vivir ese conflicto si su esposa va a la oficina, porque no sabe qué rol representar.
Creo que, como humanos, cometemos un error fundamental. La persona es un todo, no una cajonera llena de compartimentos diferenciados. Por ello debemos vivir desde el interior hacia el exterior. Desde lo profundo de uno mismo: donde residen los valores y los principios morales, donde contestamos las preguntas existenciales. Donde habite el alma, o la consciencia o el ser de uno mismo. Cada uno lo llama de una forma.
Para que parecer coherentes, debemos ser coherentes. No vale ir de tolerante por la vida y después pegarse por un “quítate para allá”.
Y para trabajar con personas, es algo que hay que tener siempre presente. No trabajamos con problemáticas abstractas, tal como “el colectivo gitano” o “los inmigrantes”. Trabajamos con personas. Y debemos tratarlas como tal: como sujetos íntegros, con personalidades concretas constituidas, en parte, por un problema social. Pero no vale intervenir por partes, o cubrir a parches las carencias. Porque una persona que no tiene qué llevarse a la boca, ve afectados todos los ámbitos de su realidad: su rol de padre, su rol de trabajador o de parado, su rol de inmigrante…
Por eso hay que andarse con ojo con eso de los roles y de las incoherencias. Porque para conocer el problema de otro, antes hay que conocerse muy bien a uno mismo. Como dice un proverbio chino, “quien quiera cambiar el mundo, que de antes dos vueltas por su propia casa”.

La adaptación social (Guasch y Ponce)

En la lectura de Guasch y Ponce se hace referencia a las reformulaciones más actuales que se han hecho sobre el Modelo Cognitivo para la Rehabilitación. Esa reformulación consiste en una serie de factores que se deben tener en cuenta a la hora de eliminar la desadaptación de un individuo.
Es un listado muy curioso. Interesante, aunque roza peligrosamente la libertad del individuo. “Cambiar sentimientos antisociales”, “Reducir amistades o asociaciones antisociales”, son dos de los ítems más llamativos. Está claro que los sentimientos antisociales son perjudiciales para la integración social del individuo. Sin embargo, el individuo es libre de sentir lo que le venga en gana. Los sentimientos de las pandillas “Punkies” están todos en la lista negra, ¿no? Y las amistades y las asociaciones antisociales…  La libertad de asociacionismo es esencial en nuestro Estado de Bienestar.
Me tiembla todo, al leer esto. Es un camino, en principio lógico y producente, pero que puede volverse peligrosamente controlador. Por no decir otra cosa.

Pobreza y exclusión social (Mercedes Reglero)

En el artículo de Reglero aparecía una frase que me hizo reflexionar bastante. “Desigualdad de situaciones, sí, pero la realidad nos dice que además se da una desigualdad de posibilidades”.
Para mí la pobreza ha sido siempre un fantasma terrible, algo con lo que siempre tuve empeño en luchar. De ahí, en parte, el hecho de que esté en esta carrera. Sin embargo, a lo largo de estos tres años de formación como trabajador y educador social he aprendido eso: que más allá de la simple pobreza económica está la exclusión social. Y que ésta es más terrible, y que pesa mucho más.
La pobreza consiste en una desigualdad de situaciones. En que unos tienen para comer y otros no. En que a unos les llueve encima y a otros no. En que unos duermen sobre colchones de viscolatex y otros sobre cartones de cajas grandes de Ikea.
Sin embargo, mucho más preocupante que esto es la segunda parte: la desigualdad de oportunidades. La imposibilidad de acceder a recursos a los que otros si acceden. Qué injusto, ¿no?
El saberse más sucio, más hambriento y más pobre que el resto. Y, sobre todo, saberse menos persona, con menos derechos. 

domingo, 12 de diciembre de 2010

Ciudades Inadaptadas

Nunca había leído el término “Sociedad Inadecuada”. Y sin embargo, me asombra la lógica del razonamiento. “Cuando consideramos la marginación de las personas con discapacidades físicas precisamos que se trata de una inadecuación del espacio físico de la ciudad a su idiosincrasia”.
 Esto me hace pensar en la lectura de R. Merino “Individuo y Sociedad”. Es un planteamiento claramente ambientalista. De hecho, creo que es el que se ha adoptado por bandera cuando se trata de trabajar con Personas con  Diversidad Funcional (me niego a utilizar las siglas PDF para otra cosa que no sean la extensión de archivos digitales).
Los trabajadores sociales hemos emprendido una cruzada formidable para adaptar la ciudad a las sillas de ruedas: Los autobuses, los edificios, las cabinas de teléfonos…
Como debe ser. Uno no tiene la culpa de perder las piernas. Bastante esfuerzo debe hacer para vivir sin ellas. El problema lo tienen las Ciudades Inadecuadas. Así que adecuémoslas.

Fuerzas de adaptación

La adaptación es una de las fuerzas más voraces que todo ser vivo lleva dentro. Hasta el ser humano.
La vida nos da una serie de herramientas, y cada uno, con lo que puede, hace lo que puede como mejor sabe, para adaptarse.
Por ello, una persona que carezca de piernas, carece de esas herramientas para lograr la adaptación. Lo tiene más difícil que una persona que sí las tenga, pero lo que ambas quieren conseguir es la adaptación. La de las piernas parte de la “Base tres” (digámoslo así), y la que no tiene piernas parte de las “Base cero”. Pero ambas pretenden llegar al diez.
Ocurre lo mismo con los inteligentes y los torpes, o con los capaces de desarrollar una afectividad sana y los que desarrollan patrones afectivos posesivos o enfermizos. O con los guapos y los feos, o los fuertes y los débiles.
La genética nos regala algunas cosas, y sitúa otras fuera de nuestro alcance. Pero eso da igual. Porque en el fondo, todos tendemos a lo mismo: la adaptación. Sólo que algunos lo tienen más fácil, y otros deben dar un rodeo para conseguir lo que quieren.

Predisposición genética vs. Constructo social

Las personas nacen con una serie de elementos genéticos que marcan la personalidad de cada individuo. Con respecto al alcance de dichas “marcas” genéticas se establecen numerosos debates. Hay características que son indiscutiblemente provocadas por dicha genética: una discapacidad mental, o una malformación física durante el desarrollo fetal… Sin embargo, existen otras características cuyo origen no es tan evidente. Por ejemplo, las personalidades violentas. O las personalidades pacíficas. La capacidad de liderazgo, o la incapacidad de ejercer el mismo.
Y al margen de esas predisposiciones genéticas, nos encontramos las que se generan por presión de la sociedad. Por instinto de supervivencia. Hay personas que desarrollan la capacidad de escucha y otras que no lo hacen. Cada persona desarrolla una serie de patrones conductuales y de personalidad que no tienen otra función que la de adaptar al sujeto al medio. Sin embargo, cada persona es un mundo. Cada patrón (de personalidad, conductual, afectivo-relacional, ético…) es único.
Yo, personalmente, entiendo que las personas son un constructo social que parte de una predisposición genética anterior. Mientras que el constructo social puede ser sometido a nuestra voluntad, el genético no. Sin embargo, la predisposición genética puede ser determinante o volverse irrelevante. Podemos cambiar. Es difícil, y no siempre se consigue, pero no es imposible. La personalidad que se construye a partir de las colisiones continuas contra la sociedad es muy maleable. No es fácil cambiarla, sin embargo, pero sí es bastante posible.
Una persona con un carácter violento por naturaleza normalmente desarrolla patrones conductuales violentos. Dichos patrones son difícilmente mutables. El sujeto debe cambiar la personalidad violenta, y los patrones relacionales adquiridos.
Sin embargo, un sujeto con un carácter pacífico por naturaleza que desarrolle una adicción alguna droga, debe superar la adicción, y cambiar la personalidad adquirida a partir de un reflejo social (si no existieran las drogas, no habría drogodependientes, por eso la característica es un reflejo de la sociedad en la que se inserta). Puede cambiar esa característica personal (que es la adicción). Dicha característica puede tener mucho peso, y resultarle dificilísimo abandonar el consumo de drogas, sin embargo, al no existir ninguna predisposición genética, el sujeto tiene más fácil lograr el cambio que la persona de la personalidad violenta.
Ambas son mutables, pero en planos diferentes. Por eso ciertas personas necesitan un trabajo más profundo que otras.  Porque cada uno nacemos con unas características propias, y en un lugar y en una época que ejercerán un moldeamiento característico sobre nosotros. Pero todo podemos manejarlo nosotros. Con más o menos esfuerzo, pero todo es trabajable.