Vivimos inmersos en un modelo de Estado paternalista. Y una de las características más significativas de este modelo es el “Familiarismo extremo con carácter estructurante”. Esto significa que el Estado cuida de sus ciudadanos como una gallina de sus pollitos: agrupándolos bajos sus alas protectoras, y tendiendo en gran medida a una protección que ralentiza de sobremanera el desarrollo autónomo de las personas.
Por otro lado, en nuestro país se da un esquema relacional muy familiarista: es decir, las relaciones se estructuran en torno a un eje familiar muy definido, y que cumple determinadas funciones. Esto tiene consecuencias positivas (fuertes lazos de solidaridad) y negativas (la carga familiar recae sobre la mujer).
El Estado Español protege a los españoles, en gran medida, usando esas redes familiares ya existentes. Esto no es ni bueno ni malo. Es una característica de nuestro modelo de Estado de Bienestar. Dicho modelo podría ser otro, pero no lo es. Por tanto, debemos entender la importancia que tiene la familia (es decir, la red de integración social por excelencia) en la inserción social de los individuos.
De ahí que yo defienda el hecho de que crear una red relacional, no sólo familiar, sino también laboral o de amistades, es la principal vía de escape de la exclusión. Por supuesto, existen muchos otros aspectos que deben ser tratados, pero creo que deberíamos prestar especial atención a las redes. Y no subestimar la importancia que poseen en un país que estructura la protección ciudadana en torno a dichas redes sociales.
