La sociedad avanza hacia horizontes desconocidos. Y lo hace a una velocidad vertiginosa. Uno de los reflejos más inmediatos de dicho avance es el lío que se ha montado con la familia.
La familia siempre ha sido una institución encargada de regular a los sujetos que la integraban, y de proporcionar seguridad a los mismos. Y tenía un esquema determinado: padre (cabeza de familia), madre (eje de la misma y encargada de la crianza) e hijos (base de la pirámide).
Sin embargo, en los últimos años, las familias rompieron ese esquema tan rígido. El padre empieza a establecer relaciones afectivas con los hijos, y la madre sale al mundo laboral. Los hijos pueden ser adoptados, o ser fruto de matrimonios anteriores. El matrimonio deja de ser para toda la vida. Se dan las familias monoparentales y las parejas de hecho. Se retoman, incluso, los esquemas tradicionales (abuelos en casa).
Esto supone un desorden grandísimo en la sociedad. Los roles no existen como referentes: deben irse creando acorde a las nuevas situaciones. Y al carecer de roles, la familia pierde su razón de ser (la que tenía hasta ahora).
Las relaciones sexuales dejan de circunscribirse al matrimonio, y la educación en valores de los hijos pasa a ser un cuenco en el que cualquiera puede meter el dedo (el Estado, el colegio, los educadores, los monitores…). La afectividad puede verse cubierta en cualquier otro círculo, y la cobertura de la necesidad de protección se ve sostenida entre las manos del Estado.
Ésa es la teoría. Pero la realidad es que la teoría se cumple a partes. Por eso el problemón está en que nadie sabe exactamente qué debe hacer la familia, y qué no es necesario que haga. La familia, nos guste o no, es el código de barras de todo individuo. Y las relaciones afectivas tan íntimas que se establecen dentro de la misma tienen un peso determinante en la educación. Pero esto no se reconoce. No es “progre”, no se lleva.
Repercusiones: Niños sin valores. Niños que no ven cubierta su necesidad de cariño. Padres que centran sus vidas en sí mismos, dejando de lado la pareja, los hijos… Adolescentes perdidos, sin referentes. Y un Estado que (bajo mi humilde opinión) hace verdaderas barbaridades en las clases de Educación Para la Ciudadanía. O, como dijo una vez una profesora, “Clases para la Formación del Espíritu Nacional”. Pero eso ya es otro debate.



